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1064 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1066 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1068 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1070 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1072 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1074 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1075
1076 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1077
1078 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1079
1080 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1081
1082 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1083
1084 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1085
1086 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1087
1088 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Episcopis 1089
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Jesús sabe que, en lo que se refiere a los niños, somos capaces de una
generosidad infinita. Por eso nos alienta: si tenemos fe, el Padre nos dará
su Espíritu.
Nosotros los cristianos, discípulos del Señor, pedimos a las familias
del mundo que nos ayuden. Somos muchos los que participamos en esta
celebración y esto es ya en sí mismo algo profético, una especie de mila-
gro en el mundo de hoy, que está cansado de inventar nuevas divisiones,
nuevos quebrantos, nuevos desastres. Ojalá todos fuéramos profetas. Ojalá
cada uno de nosotros se abriera a los milagros del amor para el bien de
su propia familia y de todas las familias del mundo -y estoy hablando de
milagros de amor-, y poder así superar el escándalo de un amor mezqui-
no y desconfiado, encerrado en sí mismo e impaciente con los demás. Les
dejo como pregunta para que cada uno responda -porque dije la palabra
« impaciente »-: ¿En mi casa se grita o se habla con amor y ternura? Es
una buena manera de medir nuestro amor.
Qué bonito sería si en todas partes, y también más allá de nuestras
fronteras, pudiéramos alentar y valorar esta profecía y este milagro. Renove-
mos nuestra fe en la palabra del Señor que invita a nuestras familias a esta
apertura; que invita a todos a participar de la profecía de la alianza entre
un hombre y una mujer, que genera vida y revela a Dios. Que nos ayude
a participar de la profecía de la paz, de la ternura y del cariño familiar.
Que nos ayude a participar del gesto profético de cuidar con ternura, con
paciencia y con amor a nuestros niños y a nuestros abuelos.
Todo el que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los
niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer el
mal -una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante- y
encontrará gratitud y estima, no importando el pueblo o la religión, o la
región, a la que pertenezca.
Que Dios nos conceda a todos ser profetas del gozo del Evangelio, del
Evangelio de la familia, del amor de la familia, ser profetas como discípulos
del Señor, y nos conceda la gracia de ser dignos de esta pureza de corazón
que no se escandaliza del Evangelio. Que así sea.