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que con esa entrega perfeccionó para siempre a los que estábamos llamados a
compartir su filiación.2
La Eucaristı́a, de cuya institución nos habla el evangelio proclamado,3 es
la expresión real de esa entrega incondicional de Jesús por todos, también por
los que le traicionaban. Entrega de su cuerpo y sangre para la vida de los
hombres y para el perdón de sus pecados. La sangre, signo de la vida, nos fue
dada por Dios como alianza, a fin de que podamos poner la fuerza de su vida,
allı́ donde reina la muerte a causa de nuestro pecado, y ası́ destruirlo. El
cuerpo desgarrado y la sangre vertida de Cristo, es decir su libertad entrega-
da, se han convertido por los signos eucarı́sticos en la nueva fuente de la
libertad redimida de los hombres. En Él tenemos la promesa de una redención
definitiva y la esperanza cierta de los bienes futuros. Por Cristo sabemos que
no somos caminantes hacia el abismo, hacia el silencio de la nada o de la
muerte, sino viajeros hacia una tierra de promisión, hacia Él que es nuestra
meta y también nuestro principio.
Queridos amigos, os preparáis para ser apóstoles con Cristo y como Cristo,
para ser compañeros de viaje y servidores de los hombres. ¿Cómo vivir estos
años de preparación? Ante todo, deben ser años de silencio interior, de per-
manente oración, de constante estudio y de inserción paulatina en las accio-
nes y estructuras pastorales de la Iglesia. Iglesia que es comunidad e insti-
tución, familia y misión, creación de Cristo por su Santo Espı́ritu y a la vez
resultado de quienes la conformamos con nuestra santidad y con nuestros
pecados. Ası́ lo ha querido Dios, que no tiene reparo en hacer de pobres y
pecadores sus amigos e instrumentos para la redención del género humano.
La santidad de la Iglesia es ante todo la santidad objetiva de la misma
persona de Cristo, de su evangelio y de sus sacramentos, la santidad de
aquella fuerza de lo alto que la anima e impulsa. Nosotros debemos ser santos
para no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que
queremos significar.
Meditad bien este misterio de la Iglesia, viviendo los años de vuestra
formación con profunda alegrı́a, en actitud de docilidad, de lucidez y de
radical fidelidad evangélica, ası́ como en amorosa relación con el tiempo y
las personas en medio de las que vivı́s. Nadie elige el contexto ni a los desti-
natarios de su misión. Cada época tiene sus problemas, pero Dios da en cada
tiempo la gracia oportuna para asumirlos y superarlos con amor y realismo.
2 Cfr. Heb 10, 14. 3 Cfr. Lc 22, 14-20.