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Congregatio de Causis Sanctorum 85
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Ciertamente tendremos que aprender de esa fe recia y servicial que ha ca-
racterizado y caracteriza a nuestra Madre; aprender de esa fe que sabe meterse
dentro de la historia para ser sal y luz en nuestras vidas y en la sociedad.
La sociedad que estamos construyendo para nuestros hijos está cada
vez más marcada por los signos de la división y fragmentación, dejando
« fuera de juego » a muchos, especialmente a aquellos a los que se les hace
difícil alcanzar los mínimos para llevar adelante su vida con dignidad. Una
sociedad que le gusta jactarse de sus avances científicos y tecnológicos,
pero que se ha vuelto cegatona e insensible frente a miles de rostros que
se van quedando por el camino, excluidos por el orgullo que ciega de unos
pocos. Una sociedad que termina instalando una cultura de la desilusión,
el desencanto y la frustración en muchísimos de nuestros hermanos; e in-
clusive, de angustia en otros tantos porque experimentan las dificultades
que tienen que enfrentar para no quedarse fuera del camino.
Pareciera que, sin darnos cuenta, nos hemos acostumbrado a vivir en
la « sociedad de la desconfianza » con todo lo que esto supone para nuestro
presente y especialmente para nuestro futuro; desconfianza que poco a poco
va generando estados de desidia y dispersión.
Qué difícil es presumir de la sociedad del bienestar cuando vemos que
nuestro querido continente americano se ha acostumbrado a ver a miles y
miles de niños y jóvenes en situación de calle que mendigan y duermen en
las estaciones de trenes, del subte o donde encuentren lugar. Niños y jóvenes
explotados en trabajos clandestinos u obligados a conseguir alguna moneda
en el cruce de las avenidas limpiando los parabrisas de nuestros autos...,
y sienten que en el « tren de la vida » no hay lugar para ellos. Cuántas fa-
milias van quedando marcadas por el dolor al ver a sus hijos víctimas de
los mercaderes de la muerte. Qué duro es ver cómo hemos normalizado la
exclusión de nuestros ancianos obligándolos a vivir en la soledad, simple-
mente porque no generan productividad; o ver -como bien supieron decir
los Obispos en Aparecida-, « la situación precaria que afecta la dignidad
de muchas mujeres. Algunas, desde niñas y adolescentes, son sometidas a
múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa ».2 Son situaciones que
nos pueden paralizar, que pueden poner en duda nuestra fe y especialmente
nuestra esperanza, nuestra manera de mirar y encarar el futuro.
2 V ConferenCIA GenerAl Del epISCopADo lAtInoAmerICAno y Del CArIbe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 48.