Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale568
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale570
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale572
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale574
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale576
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale578
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale580
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale582
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale584
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale586
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale588
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale590
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale592
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale594
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale596
Congregatio de Causis Sanctorum 597
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale598
Congregatio de Causis Sanctorum 599
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale600
Congregatio de Causis Sanctorum 601
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale602
Congregatio de Causis Sanctorum 603
Congregatio de Causis Sanctorum 605
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale606
Congregatio de Causis Sanctorum 607
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale608
Congregatio de Causis Sanctorum 609
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale610
Congregatio de Causis Sanctorum 611
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale612
Congregatio de Causis Sanctorum 613
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale614
Congregatio de Causis Sanctorum 615
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale616
Congregatio de Causis Sanctorum 617
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale618
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale620
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale622
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale624
Congregatio pro Gentium Evangelizatione 625
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale626
Supremum Signaturae Apostolicae Tribunal 627
Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale594
vosotros que habéis vivido como yo la Universidad, y que la vivı́s ahora como
docentes, sentı́s sin duda el anhelo de algo más elevado que corresponda a
todas las dimensiones que constituyen al hombre. Sabemos que cuando la
sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las
pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin lı́mites,
más allá de ella misma, hasta el totalitarismo polı́tico que se aviva fácilmente
cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder. En
cambio, la genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos
preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano.
En efecto, la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa
donde se busca la verdad propia de la persona humana. Por ello, no es
casualidad que fuera la Iglesia quien promoviera la institución universitaria,
pues la fe cristiana nos habla de Cristo como el Logos por quien todo fue
hecho,4 y del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. Esta buena
noticia descubre una racionalidad en todo lo creado y contempla al hombre
como una criatura que participa y puede llegar a reconocer esa racionalidad.
La Universidad encarna, pues, un ideal que no debe desvirtuarse ni por
ideologı́as cerradas al diálogo racional, ni por servilismos a una lógica utili-
tarista de simple mercado, que ve al hombre como mero consumidor.
He ahı́ vuestra importante y vital misión. Sois vosotros quienes tenéis el
honor y la responsabilidad de transmitir ese ideal universitario: un ideal que
habéis recibido de vuestros mayores, muchos de ellos humildes seguidores del
Evangelio y que en cuanto tales se han convertido en gigantes del espı́ritu.
Debemos sentirnos sus continuadores en una historia bien distinta de la suya,
pero en la que las cuestiones esenciales del ser humano siguen reclamando
nuestra atención e impulsándonos hacia adelante. Con ellos nos sentimos
unidos a esa cadena de hombres y mujeres que se han entregado a proponer
y acreditar la fe ante la inteligencia de los hombres. Y el modo de hacerlo no
solo es enseñarlo, sino vivirlo, encarnarlo, como también el Logos se encarnó
para poner su morada entre nosotros. En este sentido, los jóvenes necesitan
auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las diferentes
ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese
diálogo interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad
humana de avanzar en el camino hacia la verdad. La juventud es tiempo
4 Cfr. Jn 1, 3.