1196 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
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1244 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
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1250 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
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1254 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1256 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
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1260 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1262 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1264 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1266 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1268 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1270 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1272 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1274 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1276 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1278 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1280 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1282 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1284 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1286 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1288 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio Pro Doctrina Fidei 1289
1290 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio Pro Doctrina Fidei 1291
1292 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1293
1294 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1295
1296 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1297
1298 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1299
1300 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Episcopis 1301
1302 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1222 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
al menos insista en pedir esta consolación por amor al mensaje, ya que la
alegría es constitutiva del mensaje evangélico, y pídala también por amor a
los demás, a su familia y al mundo. Una buena noticia no se puede dar con
cara triste. La alegría no es un plus decorativo, es índice claro de la gracia:
indica que el amor está activo, operante, presente. Por eso el buscarla no
debe confundirse con buscar "un efecto especial", que nuestra época sabe
producir para consumo, sino que se la busca en su índice existencial que
es la "durabilidad": Ignacio abre los ojos y se despierta al discernimiento
de los espíritus al descubrir esta distinta valencia entre alegrías duraderas
y alegrías pasajeras (Autobiog. 8). El tiempo será lo que le da la clave para
reconocer la acción del Espíritu.
En los Ejercicios, el "progreso" en la vida espiritual se da en la con-
solación: es el « ir de bien en mejor subiendo » (EE 315) y también « todo
aumento de fe, esperanza y caridad y toda leticia interna » (EE 316). Este
servicio de la alegría fue lo que llevó a los primeros compañeros a deci-
dir no disolver sino instituir la compañía que se brindaban y compartían
espontáneamente y cuya característica era la alegría que les daba rezar
juntos, salir a misionar juntos y volver a reunirse, a imitación de la vida
que llevaban el Señor y sus apóstoles. Esta alegría del anuncio explícito
del Evangelio -mediante la predicación de la fe y la práctica de la justicia
y la misericordia- es lo que lleva a la Compañía a salir a todas las peri-
ferias. El jesuita es un servidor de la alegría del Evangelio, tanto cuando
trabaja artesanalmente conversando y dando los ejercicios espirituales a
una sola persona, ayudándola a encontrar ese « lugar interior de donde le
viene la fuerza del Espíritu que lo guía, lo libera y lo renueva »,10 como
cuando trabaja estructuralmente organizando obras de formación, de mi-
sericordia, de reflexión, que son expansión institucional de ese punto de
inflexión donde se da el quiebre de la voluntad propia y entra a actuar el
Espíritu. Bien decía M. De Certeau: los Ejercicios son « el método apostó-
lico por excelencia », ya que posibilitan el « retorno al corazón, principio
de una docilidad al Espíritu que despierta e impulsa al ejercitante a una
fidelidad personal a Dios ».11
10 Pierre Favre, Memorial, Paris, Desclée, 1959; cf. Introduction de M. De certau, pág. 74. 11 Ibíd. 76.