712 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
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784 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
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790 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
792 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
794 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
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800 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 801
802 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 803
804 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 805
806 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
808 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
810 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
812 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
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bien recordar que el alimento que se desecha es como si se robara de la
mesa del pobre, del que tiene hambre. Esta realidad nos pide reflexionar
sobre el problema de la pérdida y del desperdicio del alimento a fin de
identificar vías y modos que, afrontando seriamente tal problemática, sean
vehículo de solidaridad y de compartición con los más necesitados.2
2. Desburocratizar el hambre
Debemos decirlo con sinceridad: hay temas que están burocratizados.
Hay acciones que están « encajonadas ». La inestabilidad mundial que vivimos
es sabida por todos. Últimamente las guerras y las amenazas de conflictos
es lo que predomina en nuestros intereses y debates. Y así, ante la diversa
gama de conflictos existentes, parece que las armas han alcanzado una
preponderancia inusitada, de tal forma que han arrinconado totalmente
otras maneras de solucionar las cuestiones en pugna. Esta preferencia está
ya de tal modo radicada y asumida que impide la distribución de alimentos
en zona de guerra, llegando incluso a la violación de los principios y di-
rectrices más básicos del derecho internacional, cuya vigencia se retrotrae
a muchos siglos atrás. Nos encontramos así ante un extraño y paradójico
fenómeno: mientras las ayudas y los planes de desarrollo se ven obstaculi-
zados por intrincadas e incomprensibles decisiones políticas, por sesgadas
visiones ideológicas o por infranqueables barreras aduaneras, las armas
no; no importa la proveniencia, circulan con una libertad - perdonen el
adjetivo - jactanciosa y casi absoluta en tantas partes del mundo. Y de
este modo, son las guerras las que se nutren y no las personas. En algunos
casos la misma hambre se utiliza como arma de guerra. Y las víctimas se
multiplican, porque el número de la gente que muere de hambre y agota-
miento se añade al de los combatientes que mueren en el campo de batalla
y al de tantos civiles caídos en la contienda y en los atentados. Somos
plenamente conscientes de ello, pero dejamos que nuestra conciencia se
anestesie y así la volvemos insensible. Quizás con palabras que justifican:
« y bueno, no se puede con tanta tragedia ». Es la anestesia más a mano.
De tal modo, la fuerza se convierte en nuestro único modo de actuar y el
poder en el objetivo perentorio a alcanzar. Las poblaciones más débiles no
sólo sufren los conflictos bélicos sino que, a su vez, ven frenados todo tipo
de ayuda. Por esto urge desburocratizar todo aquello que impide que los
2 Cf. Catequesis (5 junio 2013): L'O.R., ed. sem. en lengua española, 7 junio 2013, p. 12.