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Acta Francisci Pp. 29
en la « gran misionera que trajo el Evangelio a nuestra América ».5 El Hijo
de María Santísima, Inmaculada encinta, se revela así desde los orígenes
de la historia de los nuevos pueblos como « el verdaderísimo Dios por quien
se vive », buena nueva de la dignidad filial de todos sus habitantes. Ya
nadie más es solamente siervo sino todos somos hijos de un mismo Padre
hermanos entre nosotros, y siervos en el siervo.
La Santa Madre de Dios visitó a estos pueblos y quiso quedarse con
ellos. Dejó estampada misteriosamente su imagen en la « tilma » de su men-
sajero para que la tuviéramos bien presente, convirtiéndose en símbolo de
la alianza de María con estas gentes, a quienes confiere alma y ternura.
Por su intercesión, la fe cristiana fue convirtiéndose en el más rico tesoro
del alma de los pueblos americanos, cuya perla preciosa es Jesucristo: un
patrimonio que se transmite y manifiesta hasta hoy en el bautismo de
multitudes de personas, en la fe, esperanza y caridad de muchos, en la
preciosidad de la piedad popular y también en ese ethos americano que se
muestra en la conciencia de dignidad de la persona humana, en la pasión
por la justicia, en la solidaridad con los más pobres y sufrientes, en la
esperanza a veces contra toda esperanza.
De ahí que nosotros, hoy aquí, podemos continuar alabando a Dios por
las maravillas que ha obrado en la vida de los pueblos latinoamericanos. Dios,
según su estilo, « ha ocultado estas cosas a sabios y entendidos, dándolas
a conocer a los pequeños, a los humildes, a los sencillos de corazón ».6 En
las maravillas que ha realizado el Señor en María, Ella reconoce el estilo
y modo de actuar de su Hijo en la historia de salvación. Trastocando los
juicios mundanos, destruyendo los ídolos del poder, de la riqueza, del éxito
a todo precio, denunciando la autosuficiencia, la soberbia y los mesianismos
secularizados que alejan de Dios, el cántico mariano confiesa que Dios se
complace en subvertir las ideologías y jerarquías mundanas. Enaltece a
los humildes, viene en auxilio de los pobres y pequeños, colma de bienes,
bendiciones y esperanzas a los que confían en su misericordia de genera-
ción en generación, mientras derriba de sus tronos a los ricos, potentes y
dominadores. El « Magnificat » así nos introduce en las « bienaventuranzas »,
síntesis y ley primordial del mensaje evangélico. A su luz, hoy, nos sentimos
5 Aparecida, 269. 6 Cf. Mt 11, 21.