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movidos a pedir una gracia. La gracia tan cristiana de que el futuro de
América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes,
por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de
corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa
del nombre de Cristo, « porque de ellos es el Reino de los cielos ».7 Sea la
gracia de ser forjados por ellos a los cuales, hoy día, el sistema idolátrico
de la cultura del descarte los relega a la categoría de esclavos, de objetos
de aprovechamiento o simplemente desperdicio.
Y hacemos esta petición porque América Latina es el « continente de
la esperanza »!, porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo
que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con
reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana,
sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora. Sólo es posible custodiar
esa esperanza con grandes dosis de verdad y amor, fundamentos de toda
la realidad, motores revolucionarios de auténtica vida nueva.
Ponemos estas realidades y estos deseos en la mesa del altar, como
ofrenda agradable a Dios. Suplicando su perdón y confiando en su miseri-
cordia, celebramos el sacrificio y victoria pascual de Nuestro Señor Jesu-
cristo. Él es el único Señor, el « libertador » de todas nuestras esclavitudes
y miserias derivadas del pecado. Él es la piedra angular de la historia y
fue el gran descartado. Él nos llama a vivir la verdadera vida, una vida
humana, una convivencia de hijos y hermanos, abiertas ya las puertas de
la « nueva tierra y los nuevos cielos ».8 Suplicamos a la Santísima Virgen
María, en su advocación guadalupana - a la Madre de Dios, a la Reina y
Señora mía, a mi jovencita, a mi pequeña, como la llamó san Juan Diego,
y con todos los apelativos cariñosos con que se dirigen a Ella en la piedad
popular -, le suplicamos que continúe acompañando, auxiliando y prote-
giendo a nuestros pueblos. Y que conduzca de la mano a todos los hijos
que peregrinan en estas tierras al encuentro de su Hijo, Jesucristo, Nuestro
Señor, presente en la Iglesia, en su sacramentalidad, especialmente en la
Eucaristía, presente en el tesoro de su Palabra y enseñanzas, presente en
el santo pueblo fiel de Dios, presente en los que sufren y en los humildes
de corazón. Y si este programa tan audaz nos asusta o la pusilanimidad
7 Cf. Mt 5, 1-11. 8 Ap 21, 1.