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Acta Francisci Pp. 753
poder, prestigio, placer o seguridad económica. Y esto a costillas de los más
pobres, de los más excluidos, de los más indefensos, de los que no pierden
su dignidad pese a que se la golpean todos los días.
Esta unidad es ya una acción misionera « para que el mundo crea ». La
evangelización no consiste en hacer proselitismo, el proselitismo es una
caricatura de la evangelización, sino evangelizar es en atraer con nuestro
testimonio a los alejados, en es acercarse humildemente a aquellos que
se sienten lejos de Dios y de en la Iglesia, acercarse a los que se sienten
juzgados y condenados a priori por los que se sienten perfectos y puros.
Acercarnos a los que son temerosos o a los indiferentes para decirles: « El
Señor también te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto
y amor ».8 Porque nuestro Dios nos respeta hasta en nuestras bajezas y en
nuestro pecado. Este llamamiento del Señor con qué humildad y con qué
respeto lo describe el texto del Apocalipsis: « Mirá, estoy a la puerta y lla-
mo, si querés abrir… ». No fuerza, no hace saltar la cerradura, simplemente,
toca el timbre, golpea suavemente y espera ¡ése es nuestro Dios!
La misión de la Iglesia, como sacramento de la salvación, condice con
su identidad como Pueblo en camino, con vocación de incorporar en su
marcha a todas las naciones de la tierra. Cuanto más intensa es la comunión
entre nosotros, tanto más se ve favorecida la misión.9 Poner a la Iglesia
en estado de misión nos pide recrear la comunión pues no se trata ya de
una acción sólo hacia afuera… nos misionamos también hacia adentro y
misionamos hacia afuera manifestándonos como se manifiesta « una madre
que sale al encuentro, como se manifiesta una casa acogedora, una escuela
permanente de comunión misionera ».10
Este sueño de Jesús es posible porque nos ha consagrado, por « ellos
me consagro a mí mismo dice, para que ellos también sean consagrados
en la verdad ».11 La vida espiritual del evangelizador nace de esta verdad
tan honda, que no se confunde con algunos momentos religiosos que brin-
dan cierto alivio; una espiritualidad quizás difusa. Jesús nos consagra para
8 Ibid., 113. 9 Cf. Juan pablo II, Pastores gregis, 22.
10 Doc. de Aparecida, 370. 11 Jn 17, 19.