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Acta Francisci Pp. 757
pérdida nos disgrega, hace que nos cerremos a los demás, especialmente
a los más pobres.
A nosotros nos puede suceder lo que a los discípulos de ayer, cuando
vieron esa la cantidad de gente que estaba ahí. Le piden a Jesús que los
despida: « Mandálos a casa », ya que es imposible alimentar a tanta gente.
Frente a tantas situaciones de hambre en el mundo podemos decir: « Perdón,
no nos dan los números, no nos cierran las cuentas ». Es imposible enfrentar
estas situaciones, entonces la desesperación termina ganándonos el corazón.
En un corazón desesperado es muy fácil que gane espacio la lógica que
pretende imponerse en el mundo, en todo el mundo, en nuestros días. Una
lógica que busca transformar todo en objeto de cambio, todo en objeto de
consumo, todo negociable. Una lógica que pretende dejar espacio a muy
pocos, descartando a todos aquellos que no « producen », que no se los con-
sidera aptos o dignos porque aparentemente « no nos dan los números ». Y
Jesús, una vez más, vuelve a hablarnos y nos dice: « No, no, no es necesario
excluirlos, no es necesario que se vayan, denles ustedes de comer ».
Es una invitación que resuena con fuerza para nosotros hoy: « No es
necesario excluir a nadie. No es necesario que nadie se vaya, basta de des-
cartes, denles ustedes de comer ». Jesús nos lo sigue diciendo en esta plaza.
Sí, basta de descartes, denles ustedes de comer. La mirada de Jesús no
acepta una lógica, una mirada que siempre « corta el hilo » por el más débil,
por el más necesitado. Tomando « la posta » Él mismo nos da el ejemplo,
nos muestra el camino. Una actitud en tres palabras, toma un poco de pan
y unos peces, los bendice, los parte y entrega para que los discípulos lo
compartan con los demás. Y este es el camino del milagro. Ciertamente no
es magia o idolatría. Jesús, por medio de estas tres acciones, logra trans-
formar una lógica del descarte, en una lógica de comunión, en una lógica
de comunidad. Quisiera subrayar brevemente cada una de estas acciones.
Toma. El punto de partida, es tomar muy en serio la vida de los suyos.
Los mira a los ojos y en ellos conoce su vivir, su sentir. Ve en esas miradas
lo que late y lo que ha dejado de latir en la memoria y el corazón de su
pueblo. Lo considera y lo valora. Valoriza todo lo bueno que pueden aportar,
todo lo bueno desde donde se puede construir. Pero no habla de los obje-
tos, o de los bienes culturales, o de las ideas; sino habla de las personas.
La riqueza más plena de una sociedad se mide en la vida de su gente, se