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Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1077
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Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1079
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Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1081
1082 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1083
1084 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1085
1086 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1087
1088 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Episcopis 1089
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ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos. Dos
sectores íntimamente unidos entre sí, que las relaciones políticas y econó-
micas preponderantes han convertido en partes frágiles de la realidad. Por
eso hay que afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección
del ambiente y acabando con la exclusión.
Ante todo, hay que afirmar que existe un verdadero « derecho del am-
biente » por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos
parte del ambiente. Vivimos en comunión con él, porque el mismo ambiente
comporta límites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar. El
hombre, aun cuando está dotado de « capacidades inéditas » que « muestran
una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico »,1 es al mismo
tiempo una porción de ese ambiente. Tiene un cuerpo formado por elementos
físicos, químicos y biológicos, y solo puede sobrevivir y desarrollarse si el
ambiente ecológico le es favorable. Cualquier daño al ambiente, por tanto,
es un daño a la humanidad. Segundo, porque cada una de las creaturas,
especialmente las vivientes, tiene un valor en sí misma, de existencia, de
vida, de belleza y de interdependencia con las demás creaturas. Los cris-
tianos, junto con las otras religiones monoteístas, creemos que el universo
proviene de una decisión de amor del Creador, que permite al hombre
servirse respetuosamente de la creación para el bien de sus semejantes y
para gloria del Creador, pero que no puede abusar de ella y mucho menos
está autorizado a destruirla. Para todas las creencias religiosas, el ambiente
es un bien fundamental.2
El abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompa-
ñados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta
e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los
recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos
habilidades, ya sea por tener capacidades diferentes (discapacitados) o por-
que están privados de los conocimientos e instrumentos técnicos adecuados
o poseen insuficiente capacidad de decisión política. La exclusión económica
y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo
atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los
que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descarta-
dos por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte y
1 Laudato si', 81. 2 Cf. ibíd., 81.