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Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1077
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Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1079
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Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1081
1082 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1083
1084 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1085
1086 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1087
1088 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Episcopis 1089
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nuestras lágrimas. Lágrimas por las destrucciones de ayer, que se unen a
tantas destrucciones de hoy. Este es un lugar donde lloramos, lloramos
el dolor que provoca sentir la impotencia frente a la injusticia, frente al
fratricidio, frente a la incapacidad de solucionar nuestras diferencias dia-
logando. En este lugar lloramos la pérdida injusta y gratuita de inocentes
por no poder encontrar soluciones en pos del bien común. Es agua que nos
recuerda el llanto de ayer y el llanto de hoy.
Hace unos minutos encontré a algunas familias de los primeros soco-
rristas caídos en servicio. En el encuentro pude constatar una vez más
cómo la destrucción nunca es impersonal, abstracta o de cosas; sino, que
sobre todo, tiene rostro e historia, es concreta, posee nombres. En los
familiares, se puede ver el rostro del dolor, un dolor que nos deja atónitos
y grita al cielo.
Pero a su vez, ellos me han sabido mostrar la otra cara de este atentado,
la otra cara de su dolor: el poder del amor y del recuerdo. Un recuerdo
que no nos deja vacíos. El nombre de tantos seres queridos está escrito
aquí en lo que eran las bases de las torres, así los podemos ver, tocar y
nunca olvidar.
Aquí, en medio del dolor lacerante, podemos palpar la capacidad de
bondad heroica de la que es capaz también el ser humano, la fuerza ocul-
ta a la que siempre debemos apelar. En el momento de mayor dolor, su-
frimiento, ustedes fueron testigos de los mayores actos de entrega y ayuda.
Manos tendidas, vidas entregadas. En una metrópoli que puede parecer
impersonal, anónima, de grandes soledades, fueron capaces de mostrar la
potente solidaridad de la mutua ayuda, del amor y del sacrificio personal.
En ese momento no era una cuestión de sangre, de origen, de barrio, de
religión o de opción política; era cuestión de solidaridad, de emergencia,
de hermandad. Era cuestión de humanidad. Los bomberos de Nueva York
entraron en las torres que se estaban cayendo sin prestar tanta atención a
la propia vida. Muchos cayeron en servicio y con su sacrificio permitieron
la vida de tantos otros.
Este lugar de muerte se transforma también en un lugar de vida, de
vidas salvadas, un canto que nos lleva a afirmar que la vida siempre está
destinada a triunfar sobre los profetas de la destrucción, sobre la muerte,
que el bien siempre despertará sobre el mal, que la reconciliación y la
unidad vencerán sobre el odio y la división.