320 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
322 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
324 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
326 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
328 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
330 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
332 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
334 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
336 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
338 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
340 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
342 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
344 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
346 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
348 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
350 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
352 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
354 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
356 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
358 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
360 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
362 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
364 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
366 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
368 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
370 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
372 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 373
374 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 375
376 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 377
378 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 379
380 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 381
382 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 383
384 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 385
386 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 387
388 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 389
390 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
392 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
394 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Acta Francisci Pp. 367
Para renovar hoy la vida consagrada, Teresa nos ha dejado un gran
tesoro, lleno de propuestas concretas, caminos y métodos para rezar, que,
lejos de encerrarnos en nosotros mismos o de buscar un simple equilibrio
interior, nos hacen recomenzar siempre desde Jesús y constituyen una au-
téntica escuela de crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.
2. A partir de su encuentro con Jesucristo, Santa Teresa vivió « otra vida »;
se convirtió en una comunicadora incansable del Evangelio (cf. Vida 23, 1). De-
seosa de servir a la Iglesia, y a la vista de los graves problemas de su tiempo, no
se limitó a ser una espectadora de la realidad que la rodeaba. Desde su condición
de mujer y con sus limitaciones de salud, decidió -dice ella- « hacer eso poquito
que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo
pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo » ( Camino
1, 2). Por eso comenzó la reforma teresiana, en la que pedía a sus hermanas que
no gastasen el tiempo tratando « con Dios negocios de poca importancia » cuando
estaba « ardiendo el mundo » ( Camino 1, 5). Esta dimensión misionera y eclesial ha
distinguido desde siempre al Carmelo descalzo.
Como hizo entonces, también hoy la Santa nos abre nuevos horizontes,
nos convoca a una gran empresa, a ver el mundo con los ojos de Cristo,
para buscar lo que Él busca y amar lo que Él ama.
3. Santa Teresa sabía que ni la oración ni la misión se podían sostener sin
una auténtica vida comunitaria. Por eso, el cimiento que puso en sus monasterios
fue la fraternidad: « Aquí todas se han de amar, todas se han de querer, todas se
han de ayudar » ( Camino 4, 7). Y tuvo mucho interés en avisar a sus religiosas so-
bre el peligro de la autorreferencialidad en la vida fraterna, que consiste « todo o
gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y de nuestro regalo » ( Camino
12, 2) y poner cuanto somos al servicio de los demás. Para evitar este riesgo, la
Santa de Ávila encarece a sus hermanas, sobre todo, la virtud de la humildad, que
no es apocamiento exterior ni encogimiento interior del alma, sino conocer cada
uno lo que puede y lo que Dios puede en él (cf. Relaciones 28). Lo contrario es lo
que ella llama la « negra honra » ( Vida 31, 23), fuente de chismes, de celos y de críti-
cas, que dañan seriamente la relación con los otros. La humildad teresiana está
hecha de aceptación de sí mismo, de conciencia de la propia dignidad, de audacia
misionera, de agradecimiento y de abandono en Dios.
Con estas nobles raíces, las comunidades teresianas están llamadas a
convertirse en casas de comunión, que den testimonio del amor fraterno