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de toda la humanidad. Problemas que tienen una matriz global y que hoy
ningún Estado puede resolver por sí mismo. Hecha esta aclaración, propongo
que nos hagamos estas preguntas:
- ¿Reconocemos, en serio, que las cosas no andan bien en un mundo
donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas familias sin techo, tantos
trabajadores sin derechos, tantas personas heridas en su dignidad?
- ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando estallan tantas
guerras sin sentido y la violencia fratricida se adueña hasta de nuestros
barrios? ¿Reconocemos que las cosas no andan bien cuando el suelo, el agua,
el aire y todos los seres de la creación están bajo permanente amenaza?
Entonces, si reconocemos esto, digámoslo sin miedo: necesitamos y
queremos un cambio.
Ustedes -en sus cartas y en nuestros encuentros- me han relata-
do las múltiples exclusiones e injusticias que sufren en cada actividad
laboral, en cada barrio, en cada territorio. Son tantas y tan diversas como
tantas y diversas sus formas de enfrentarlas. Hay, sin embargo, un hilo
invisible que une cada una de las exclusiones. No están aisladas, están
unidas por un hilo invisible. ¿Podemos reconocerlo? Porque no se trata de
esas cuestiones aisladas. Me pregunto si somos capaces de reconocer que
esas realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho glo-
bal. ¿Reconocemos que ese sistema ha impuesto la lógica de las ganancias
a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la
naturaleza?
Si esto es así, insisto, digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un
cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no
lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguan-
tan las comunidades, no lo aguantan los pueblos… Y tampoco lo aguanta
la Tierra, la hermana madre tierra, como decía san Francisco.
Queremos un cambio en nuestras vidas, en nuestros barrios, en el pago
chico, en nuestra realidad más cercana; también un cambio que toque al
mundo entero porque hoy la interdependencia planetaria requiere respuestas
globales a los problemas locales. La globalización de la esperanza, que nace
de los Pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir a esta globalización
de la exclusión y de la indiferencia.