720 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
722 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
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Congregatio de Causis Sanctorum 815
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Acta Francisci Pp. 771
Quisiera hoy reflexionar con ustedes sobre el cambio que queremos y
necesitamos. Ustedes saben que escribí recientemente sobre los problemas
del cambio climático. Pero, esta vez, quiero hablar de un cambio en otro
sentido. Un cambio positivo, un cambio que nos haga bien, un cambio
-podríamos decir- redentor. Porque lo necesitamos. Sé que ustedes buscan
un cambio y no sólo ustedes: en los distintos encuentros, en los distintos
viajes he comprobado que existe una espera, una fuerte búsqueda, un anhelo
de cambio en todos los pueblos del mundo. Incluso dentro de esa minoría
cada vez más reducida que cree beneficiarse con este sistema, reina la
insatisfacción y especialmente la tristeza. Muchos esperan un cambio que
los libere de esa tristeza individualista que esclaviza.
El tiempo, hermanos, hermanas, el tiempo parece que se estuviera ago-
tando; no alcanzó el pelearnos entre nosotros, sino que hasta nos ensañamos
con nuestra casa. Hoy la comunidad científica acepta lo que desde hace ya
mucho tiempo denuncian los humildes: se están produciendo daños tal vez
irreversibles en el ecosistema. Se está castigando a la Tierra, a los pueblos
y a las personas de un modo casi salvaje. Y detrás de tanto dolor, tanta
muerte y destrucción, se huele el tufo de eso que Basilio de Cesarea -uno
de los primeros teólogos de la Iglesia- llamaba « el estiércol del diablo »,
la ambición desenfrenada de dinero que gobierna. Ese es « el estiércol del
diablo ». El servicio para el bien común queda relegado. Cuando el capital
se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando
la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la
sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad
interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone
en riesgo esta nuestra casa común, la hermana y madre tierra.
No quiero extenderme describiendo los efectos malignos de esta su-
til dictadura: ustedes los conocen. Tampoco basta con señalar las causas
estructurales del drama social y ambiental contemporáneo. Sufrimos cierto
exceso de diagnóstico que a veces nos lleva a un pesimismo charlatán o a
regodearnos en lo negativo. Al ver la crónica negra de cada día, creemos
que no hay nada que se puede hacer salvo cuidarse a uno mismo y al pe-
queño círculo de la familia y los afectos.
¿Qué puedo hacer yo, cartonero, catadora, pepenador, recicladora frente
a tantos problemas si apenas gano para comer? ¿Qué puedo hacer yo arte-