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Acta Francisci Pp. 773
techo, del migrante perseguido, del joven desocupado, del niño explotado,
de la madre que perdió a su hijo en un tiroteo porque el barrio fue copado
por el narcotráfico, del padre que perdió a su hija porque fue sometida a
la esclavitud; cuando recordamos esos « rostros y esos nombres », se nos
estremecen las entrañas frente a tanto dolor y nos conmovemos, todos nos
conmovemos… Porque « hemos visto y oído » no la fría estadística sino las
heridas de la humanidad doliente, nuestras heridas, nuestra carne. Eso es
muy distinto a la teorización abstracta o la indignación elegante. Eso nos
conmueve, nos mueve y buscamos al otro para movernos juntos. Esa emo-
ción hecha acción comunitaria no se comprende únicamente con la razón:
tiene un plus de sentido que sólo los pueblos entienden y que da su mística
particular a los verdaderos movimientos populares.
Ustedes viven cada día empapados en el nudo de la tormenta humana.
Me han hablado de sus causas, me han hecho parte de sus luchas, ya desde
Buenos Aires, y yo se lo agradezco. Ustedes, queridos hermanos, trabajan
muchas veces en lo pequeño, en lo cercano, en la realidad injusta que se
les impuso y a la que no se resignan, oponiendo una resistencia activa al
sistema idolátrico que excluye, degrada y mata. Los he visto trabajar in-
cansablemente por la tierra y la agricultura campesina, por sus territorios
y comunidades, por la dignificación de la economía popular, por la inte-
gración urbana de sus villas y asentamientos, por la autoconstrucción de
viviendas y el desarrollo de infraestructura barrial, y en tantas actividades
comunitarias que tienden a la reafirmación de algo tan elemental e innega-
blemente necesario como el derecho a las « tres T »: tierra, techo y trabajo.
Ese arraigo al barrio, a la tierra, al oficio, al gremio, ese reconocerse
en el rostro del otro, esa proximidad del día a día, con sus miserias, por-
que las hay, las tenemos, y sus heroísmos cotidianos, es lo que permite
ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos sino a partir
del encuentro genuino entre personas. Necesitamos instaurar esta cultura
del encuentro, porque ni los conceptos ni las ideas se aman. Nadie ama
un concepto, nadie ama una idea; se aman las personas. La entrega, la
verdadera entrega surge del amor a hombres y mujeres, niños y ancianos,
pueblos y comunidades… rostros, rostros y nombres que llenan el corazón.
De esas semillas de esperanza sembradas pacientemente en las periferias
olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que lucha por subsistir en