1000 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
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1060 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
1062 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
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1066 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
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1074 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1075
1076 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1077
1078 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1079
1080 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus 1081
1082 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1083
1084 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1085
1086 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 1087
1088 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio pro Episcopis 1089
1090 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
Acta Francisci Pp. 1053
muy teológico, pero lo van a entender-, era tan grande que no podía ser
egoísta. Tenía que salir de sí mismo para tener a quien amar fuera de sí.
Y ahí, Dios creó el mundo. Ahí, Dios hizo esta maravilla en la que vivi-
mos. Y que, como estamos un poquito mareados, la estamos destruyendo.
Pero lo más lindo que hizo Dios -dice la Biblia- fue la familia. Creó al
hombre y a la mujer; y les entregó todo; les entregó el mundo: « Crezcan,
multiplíquense, cultiven la tierra, háganla producir, háganla crecer ». Todo
el amor que hizo en esa Creación maravillosa se lo entregó a una familia.
Volvemos atrás un poquito. Todo el amor que Dios tiene en sí, toda la
belleza que Dios tiene en sí, toda la verdad que Dios tiene en sí, la entrega
a la familia. Y una familia es verdaderamente familia cuando es capaz de
abrir los brazos y recibir todo ese amor. Por supuesto, que el paraíso te-
rrenal no está más acá, que la vida tiene sus problemas, que los hombres,
por la astucia del demonio, aprendieron a dividirse. Y todo ese amor que
Dios nos dio, casi se pierde. Y al poquito tiempo, el primer crimen, el
primer fratricidio. Un hermano mata a otro hermano: la guerra. El amor,
la belleza y la verdad de Dios, y la destrucción de la guerra. Y entre esas
dos posiciones caminamos nosotros hoy. Nos toca a nosotros elegir, nos
toca a nosotros decidir el camino para andar.
Pero volvamos para atrás. Cuando el hombre y su esposa se equivoca-
ron y se alejaron de Dios, Dios no los dejó solos. Tanto el amor…, tanto el
amor, que empezó a caminar con la humanidad, empezó a caminar con su
pueblo, hasta que llegó el momento maduro y le dio la muestra de amor
más grande: su Hijo. ¿Y a Su Hijo dónde lo mandó? ¿A un palacio, a una
ciudad, a hacer una empresa? Lo mandó a una familia. Dios entró al mundo
en una familia. Y pudo hacerlo porque esa familia era una familia que tenía
el corazón abierto al amor, que tenía las puertas abiertas. Pensemos en
María, jovencita. No lo podía creer: « ¿Cómo puede suceder esto? ». Y cuando
le explicaron, obedeció. Pensemos en José, lleno de ilusiones de formar un
hogar, y se encuentra con esta sorpresa que no entiende. Acepta, obedece.
Y en la obediencia de amor de esta mujer, María, y de este hombre, José,
se da una familia en la que viene Dios. Dios siempre golpea las puertas
de los corazones. Le gusta hacerlo. Le sale de adentro. ¿Pero saben qué es
lo que más le gusta? Golpear las puertas de las familias. Y encontrar las
familias unidas, encontrar las familias que se quieren, encontrar las familias