S. Congregatio de Religiosis 407

« clausura hasta que sale de ella, al sacerdote, el cual debe llevar el sagrado copón « con algunas partículas consagradas, administrar la sagrada Comunión, volver « a la iglesia y reservar el sagrado copón, guardando las rúbricas que prescribe « el Ritual Romano para la Comunión de los enfermos ».

i) Para oir la Confesión se prescriben las seguientes cautelas: dos monjas acompañarán al confesor hasta la celda de la enferma, y allí, ante la puerta abierta de la misma celda, aguardarán, mientras oye la Confesión, para poder acompañarle de nuevo, cuando vuelva a la puerta del monasterio.

~k) Siempre y cuando ocurra que un sacerdote entre en la clausura para desempeñar alguno de los referidos ministerios, debe salir del monasterio tan pronto como haya acabado el tal ministerio.

I) Si no se pudiere predicar cómodamente a las monjas la palabra de Dios desde las rejas, se ha de pedir licencia a la Santa Sede, que no suele negarla si la abonan graves razones, para que los predicadores puedan entrar dentro de la clausura y predicar en el coro o en la sala capitular, mas siempre guardando las advertencias y cautelas señaladas anteriormente para la entrada del confesor.

m) Pueden entrar en la clausura los que actualmente ejerzan la soberanía en los pueblos y sus esposas con el séquito; asimismo los Cardenales de la Santa Iglesia Romana (can. 600, 3 o).

n) Corresponde a la Prelada, empleando las debidas cautelas, el permitir la entrada a los médicos, cirujanos y demás, cuyos servicios sean necesarios; mas ha de haber obtenido previamente la aprobación, siquiera habitual, del Ordinario del lugar; con todo si la necessitad es urgente y no hay tiempo de pedir la aprobación, ésta se supone de derecho (can. 600, 4 o).

o) Así, pues, la Prelada, en virtud de la facultad que, a tenor de esta misma ley, le concede la Santa Sede, puede permitir la entrada a todas aquellas per- sonas, cuyos servicios sean necesarios dentro del recinto del monasterio; advir- tiendo, sin embargo, que debe obtener previamente la aprobación, siquiera habitual, del Ordinario del lugar. De donde se ha originado la práctica de que las monjas, al principio de cada año, escriban en un determinado libro la lista de todas aquellas personas, cuyos servicios se juzga que serán ordinariamente necesarios durante el año en el monasterio o en la huerta o en las oficinas que se hallan dentro del recinto del monasterio (tales como médicos u otras personas necesarias para curar a las enfermas, hortelanos, bodegueros, estableros, artesanos y otras personas por el estilo); el cual libro, presentan al Ordinario con el fin de que lo suscriba en orden a la concesión de la referida aprobación habitual. Pero si en algún caso extraordinario apremia la necesidad de entrar en el monasterio y no hay tiempo para pedir al Ordinario la aprobación, esta aprobación se presume de derecho, o sea que la misma ley ratifica esta pre- sunción.

v) Sin embargo a la Prelada se le impone la obligación de emplear en cualquier caso las debidas cautelas. Estas, por lo demás, consisten en que