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Me animo a decir que ha revolucionado en cierta medida el estatuto de la teología, la manera de hacer y del pensar creyente.
No puedo olvidar la palabras de Juan XXIII en el discurso de apertura del Concilio cuando decía: Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del « depositum fidei », y otra la manera de formular su expresión.
Debemos tomarnos el trabajo, el arduo trabajo de distinguir, el mensaje de Vida de su forma de transmisión, de sus elementos culturales en los que en un tiempo fue codificado. Una teología, responde a los interrogantes de un tiempo y nunca lo hace de otra manera que en los mismos términos, ya que son los que viven y hablan los hombres de una sociedad.5
No hacer este ejercicio de discernimiento lleva sí o sí a traicionar el contenido del mensaje. Hace que la Buena Nueva deje de ser nueva y es- pecialmente buena, volviéndose una palabra estéril, vacía de toda su fuer- za creadora, sanadora, resucitadora, poniendo así en peligro la fe de las personas de nuestro tiempo. La falta de este ejercicio teológico eclesial es una mutilación de la misión que estamos invitados a realizar. La doctrina, no es un sistema cerrado, privada de dinámicas capaces de generar inte- rrogantes, dudas, cuestionamientos. Por el contrario, la doctrina cristiana tiene rostro, tiene cuerpo, tiene carne, se llama Jesucristo y es su Vida la que es ofrecida de generación en generación a todos los hombres y en todos los rincones. Custodiar la doctrina exige fidelidad a lo recibido y - a la vez - tener en cuenta al interlocutor, su destinatario, conocerlo y amarlo.
Este encuentro entre doctrina y pastoral no es opcional, es constitutivo de una teología que pretenda ser eclesial.
Las preguntas de nuestro pueblo, sus angustiar, sus peleas, sus sueños, sus luchas, sus preocupaciones poseen valor hermenéutico que no podemos ignorar si queremos tomar en serio el principio de encarnación. Sus pre- guntas nos ayudan a preguntarnos, sus cuestionamientos nos cuestionan. Todo esto nos ayuda a profundizar en el misterio de la Palabra de Dios, Palabra que exige y pide dialogar, entrar en comunicación. De ahí que no podemos ignorar a nuestra gente a la hora de realizar teología. Nuestro Dios ha elegido este camino. El se ha encarnado en este mundo, atravesado por conflictos, injusticias, violencias; atravesado por esperanzas y sueños.
Por lo que, no nos queda otro lugar para buscarlo que este mundo con- creto, esta Argentina concreta, en sus calles, en sus barrios, en su gente. Ahí Él ya está salvando.
5 m. de Certeau, La debilidad del creer, 51.