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en tus ojos de Madre enamorada y en tu nido de tierra trasparente. Las horas se desploman; sacudidos, muerden los hombres necios la basura de la vida y de la muerte, con sus ruidos. Mirarte, Madre; contemplarte apenas, el corazón callado en tu ternura, en tu casto silencio de azucenas ». ( Himno litúrgico)
Y en silencio, y en este estar mirándola, escuchar una vez más que nos
vuelve a decir: « ¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué entristece tu cora-
zón? »3. « ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre? ».4
Ella nos dice que tiene el « honor » de ser nuestra madre. Eso nos da la
certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración
silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en
su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino,
carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores.
¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus
dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar, como a
Juanito; hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a
construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas
lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad,
de tu parroquia como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios compar-
tiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé
mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento,
da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que
está preso, no lo dejes solo, perdona al que te lastimó, consuela al que esta
triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro
Dios. Y, en silencio, le decimos lo que nos venga al corazón.
¿Acaso no soy yo tu madre? ¿Acaso no estoy yo aquí?, nos vuelve a decir
María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis
hijos, que son tus hermanos.
3 Cf. Nican Mopohua, 107.118. 4 Ibid., 119.