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Sabemos que no se puede volver atrás, sabemos que lo realizado, realizado
está; pero, he querido celebrar con ustedes el Jubileo de la misericordia,
para que quede claro que eso no quiere decir que no haya posibilidad de
escribir una nueva historia, una nueva historia hacia delante: « para qué ».
Ustedes sufren el dolor de la caída - y ojalá que todos nosotros suframos
el dolor de las caídas escondidas y tapadas -, sienten el arrepentimiento
de sus actos y sé que, en tantos casos, entre grandes limitaciones, buscan
rehacer esa vida desde la soledad. Han conocido la fuerza del dolor y del
pecado, no se olviden que también tienen a su alcance la fuerza de la re-
surrección, la fuerza de la misericordia divina que hace nuevas todas las
cosas. Ahora les puede tocar la parte más dura, más difícil, pero que posi-
blemente sea la que más fruto genere, luchen desde acá dentro por revertir
las situaciones que generan más exclusión. Hablen con los suyos, cuenten
su experiencia, ayuden a frenar el círculo de la violencia y la exclusión.
Quien ha sufrido el dolor al máximo, y que podríamos decir « experimentó
el infierno », puede volverse un profeta en la sociedad. Trabajen para que
esta sociedad que usa y tira a la gente, no siga cobrándose víctimas.
Y, al decirles estas cosas, recuerdo aquellas palabras de Jesús: « el que
esté sin pecado que tire la primera piedra », y yo me tendría que ir. Al
decirles estas cosas no lo hago como quien da cátedra, con el dedo en alto,
lo hago desde la experiencia de mis propias heridas, de errores y pecados
que el Señor quiso perdonar y reeducar. Lo hago desde la conciencia de
que, sin su gracia y mi vigilancia, podría volver a repetirlos. Hermanos,
siempre me pregunto al entrar a una cárcel: « ¿Por qué ellos y no yo? ». Y
es un misterio de la misericordia divina; pero esa misericordia divina hoy
la estamos celebrando todos mirando hacia delante en esperanza.
Quisiera también alentar al personal que trabaja en este Centro u otros
similares: a los dirigentes, a los agentes de la Policía penitenciaria, a todos
los que realizan cualquier tipo de asistencia en este Centro. Y agradezco
el esfuerzo de los capellanes, las personas consagradas, los laicos, que se
dedican a mantener viva la esperanza del Evangelio de la Misericordia en
el reclusorio, los pastores, todos aquellos que se acercan a darles la Palabra
de Dios. Todos ustedes, no se olviden, pueden ser signos de la entrañas del
Padre. Nos necesitamos unos a otros, nos decía nuestra hermana recién,
recordando la carta a los Hebreos: Siéntanse encarcelados con ellos.