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no hemos reconocido esa dignidad en otros. Cuántas veces - y con dolor
lo digo - somos ciegos e inmunes ante la falta del reconocimiento de la
dignidad propia y ajena.
Cuaresma, tiempo para ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a tantas
injusticias que atentan directamente contra el sueño y el proyecto de Dios.
Tiempo para desenmascarar esas tres grandes formas de tentaciones que
rompen, dividen la imagen que Dios ha querido plasmar.
Las tres tentaciones de Cristo.
Tres tentaciones del cristiano que intentan arruinar la verdad a la que
hemos sido llamados.
Tres tentaciones que buscan degradar y degradarnos.
Primera, la riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para
todos y utilizándolos tan sólo para mí o « para los míos ». Es tener el « pan »
a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es
el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en
una sociedad corrupta, ese es el pan que se le da de comer a los propios
hijos. Segunda tentación, la vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a
la descalificación continua y constante de los que « no son como uno ». La
búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la
« fama » de los demás, y, « haciendo leña del árbol caído », va dejando paso
a la tercera tentación, la peor, la del orgullo, o sea, ponerse en un plano
de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la « común
vida de los mortales », y que reza todos los días: « Gracias te doy, Señor,
porque no me has hecho como ellos ».
Tres tentaciones de Cristo.
Tres tentaciones a las que el cristiano se enfrenta diariamente.
Tres tentaciones que buscan degradar, destruir y sacar la alegría y la fres-
cura del Evangelio. Que nos encierran en un círculo de destrucción y de pecado.
Vale la pena que nos preguntemos:
¿Hasta dónde somos conscientes de estas tentaciones en nuestra persona,
en nosotros mismos?
¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que en
la riqueza, en la vanidad y en el orgullo está la fuente y la fuerza de la vida?
¿Hasta dónde creemos que el cuidado del otro, nuestra preocupación y
ocupación por el pan, el nombre y la dignidad de los demás son fuente de
alegría y esperanza?