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Congregatio de Causis Sanctorum 301
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Congregatio de Causis Sanctorum 303
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234 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale
¡Ay de mí sino evangelizara!, dice Pablo. ¡Ay de mí!, porque evangelizar -
prosigue - no es motivo de gloria sino de necesidad.1
Nos ha invitado a participar de su vida, de la vida divina. Ay de no-
sotros - consagrados, consagradas, seminaristas, sacerdotes, obispos -, ay
de nosotros si no la compartimos, ay de nosotros si no somos testigos de
lo que hemos visto y oído, ay de nosotros… No queremos ser funcionarios
de lo divino, no somos ni queremos ser nunca empleados de la empresa de
Dios, porque somos invitados a participar de su vida, somos invitados a
introducirnos en su corazón, un corazón que reza y vive diciendo: « Padre
nuestro ». ¿Y qué es la misión sino decir con nuestra vida - desde el prin-
cipio hasta el final, como nuestro hermano Obispo que murió anoche -,
qué es la misión sino decir con nuestra vida « Padre nuestro »?
A este Padre nuestro es a quien rezamos con insistencia todos los días.
Y, ¿qué le decimos en una de esas cosas?, No nos dejes caer en la tentación.
El mismo Jesús lo hizo. Él rezó para que sus discípulos - de ayer y de hoy -
no cayéramos en la tentación. ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que
nos pueden asediar? ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que brota no
sólo de contemplar la realidad sino de caminarla? ¿Qué tentación nos puede
venir de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la corrup-
ción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la
indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad? ¿Qué tentación podemos
tener nosotros, una y otra vez, - nosotros llamados a la vida consagrada,
al presbiterado al episcopado -, qué tentación podemos tener frente a todo
esto, frente a esta realidad que parece haberse convertido en un sistema
inamovible?
Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación. Y
Frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del
demonio, la resignación. « ¿Y qué le vas a hacer? La vida es así ». Una resig-
nación que nos paraliza, una resignación que nos impide no sólo caminar,
sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos atemoriza, sino
que nos atrinchera en nuestras « sacristías » y aparentes seguridades; una
resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar,
nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una resignación que no sólo
nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar.
1 Cf. 1 Co 9, 16.