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pueblo capaz de renovarse, transformarse; es una invitación a alzar con
ilusión la mirada hacia el futuro y, a su vez, nos desafía positivamente en
el presente. Esta realidad nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre la
propia responsabilidad a la hora de construir el México que queremos, el
México que deseamos legar a las generaciones venideras. También, a darnos
cuenta de que un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres
y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común, este
« bien común » que en este siglo XXI no goza de buen mercado. La expe-
riencia nos demuestra que, cada vez que buscamos el camino del privilegio
o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o tem-
prano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción,
el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso
el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y
frenando el desarrollo.
El pueblo mexicano afianza su esperanza en la identidad que ha sido
forjada en duros y difíciles momentos de su historia por grandes testimonios
de ciudadanos que han comprendido que, para poder superar las situaciones
nacidas de la cerrazón del individualismo, era necesario el acuerdo de las
Instituciones políticas, sociales y de mercado, y de todos los hombres y
mujeres que se comprometen en la búsqueda del bien común y en la pro-
moción de la dignidad de la persona.
Una cultura ancestral y un capital humano esperanzador, como el vues-
tro, tiene que ser la fuente de estímulo para que encontremos nuevas formas
de diálogo, de negociación, de puentes capaces de guiarnos por la senda
del compromiso solidario. Un compromiso en el que todos, comenzando
por los que nos llamamos cristianos, nos entreguemos a la construcción de
« una política auténticamente humana »1 y una sociedad en la que nadie se
sienta víctima de la cultura del descarte.
A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde
de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportu-
nidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos
los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles
a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables:
vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva,
un ambiente sano y de paz.
1 Gaudium et spes, 73.