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Una mirada de ternura
Ante todo, la « Virgen Morenita » nos enseña que la única fuerza capaz
de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello
que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y des-
encadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la
debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su
dulzura y la promesa irreversible de su misericordia.
Un inquieto y notable literato de esta tierra dijo que en Guadalupe ya
no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la tierra, sino
que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre huérfanos y des-
heredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un hogar.
Transcurridos siglos del evento fundante de este País y de la evangeli-
zación del Continente, ¿acaso se ha diluido, se ha olvidado, la necesidad de
regazo que anhela el corazón del pueblo que se les ha confiado a ustedes?
Conozco la larga y dolorosa historia que han atravesado, no sin derra-
mar tanta sangre, no sin impetuosas y desgarradoras convulsiones, no sin
violencia e incomprensiones. Con razón mi venerado y santo Predecesor,
que en México estaba como en su casa, ha querido recordar que « como
ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, tres realidades que unas veces
se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás
confundirse del todo: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas
que amaron Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de
estos pueblos siguen llamando padres; el cristianismo arraigado en el alma
de los mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo que tanto
ha querido enaltecer la independencia y la libertad ».1
Y en esta historia, el regazo materno que continuamente ha generado a
México, aunque a veces pareciera una « red que recogía ciento cincuenta y
tres peces »,2 no se demostró jamás infecundo, y las amenazantes fracturas
se recompusieron siempre.
Por eso, les invito a partir nuevamente de esta necesidad de regazo
que promana del alma de vuestro pueblo. El regazo de la fe cristiana es
capaz de reconciliar el pasado, frecuentemente marcado por la soledad, el
aislamiento y la marginación, con el futuro continuamente relegado a un
1 Juan paBlo II, Discurso en la ceremonia de bienvenida en México, 22 enero 1999. 2 Jn 21, 11.