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Acta Francisci Pp. 259
la muerte en cambio de monedas que, al final, « la polilla y el óxido echan
a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y roban ».11 Les ruego
no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa
para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.
La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad
de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que
disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores
de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas - formas de nominalismo -
sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral
para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin
la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza.
Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando a la perife-
ria humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades;
involucrando las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones
comunitarias, la comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo
así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente
se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de
quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aun-
que tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada.
Volviendo la mirada a María de Guadalupe diré una segunda cosa:
Una mirada capaz de tejer
En el manto del alma mexicana Dios ha tejido, con el hilo de las hue-
llas mestizas de su gente, el rostro de su manifestación en la « Morenita ».
Dios no necesita de colores apagados para diseñar su rostro. Los diseños
de Dios no están condicionados por los colores y por los hilos, sino que
están determinados por la irreversibilidad de su amor que quiere persis-
tentemente imprimirse en nosotros.
Sean, por tanto, Obispos capaces de imitar esta libertad de Dios eli-
giendo cuanto es humilde para hacer visible la majestad de su rostro y de
copiar esta paciencia divina en tejer, con el hilo fino de la humanidad que
encuentren, aquel hombre nuevo que su país espera. No se dejen llevar
por la vana búsqueda de cambiar de pueblo, como si el amor de Dios no
tuviese bastante fuerza para cambiarlo.
11 Mt 6, 20.