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Redescubran pues la sabia y humilde constancia con que los Padres de
la fe de esta Patria han sabido introducir a las generaciones sucesivas en la
semántica del misterio divino. Primero aprendiendo y, luego, enseñando la
gramática necesaria para dialogar con aquel Dios, escondido en los siglos
de su búsqueda y hecho cercano en la persona de su Hijo Jesús, que hoy
tantos reconocen en la imagen ensangrentada y humillada, como figura del
propio destino. Imiten su condescendencia y su capacidad de reclinarse. No
comprenderemos jamás bastante el hecho de que con los hilos mestizos de
nuestra gente Dios entretejió el rostro con el cual se da a conocer. Nunca
seremos suficientemente agradecidos a este inclinarse, a esta « sincatábasis ».
Una mirada de singular delicadeza les pido para los pueblos indígenas,
para ellos y sus fascinantes, y no pocas veces, masacradas culturas. México
tiene necesidad de sus raíces amerindias para no quedarse en un enigma
irresuelto. Los indígenas de México aún esperan que se les reconozca efec-
tivamente la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia,
para heredar aquella identidad que les convierte en una Nación única y no
solamente una entre otras.
Se ha hablado muchas veces del presunto destino incumplido de esta
Nación, del « laberinto de la soledad » en el cual estaría aprisionada, de la
geografía como destino que la entrampa. Para algunos, todo esto sería obs-
táculo para el diseño de un rostro unitario, de una identidad adulta, de una
posición singular en el concierto de las naciones y de una misión compartida.
Para otros, también la Iglesia en México estaría condenada a escoger
entre sufrir la inferioridad en la cual fue relegada en algunos períodos de
su historia, como cuando su voz fue silenciada y se buscó amputar su pre-
sencia, o aventurarse en los fundamentalismos para volver a tener certezas
provisorias - como aquel « cogito » famoso - olvidándose de tener anidada
en su corazón la sed de Absoluto y ser llamada en Cristo a reunir a todos
y no sólo una parte.12
No se cansen en cambio de recordarle a su Pueblo cuánto son potentes
las raíces antiguas, que han permitido la viva síntesis cristiana de comunión
humana, cultural y espiritual que se forjó aquí. Recuerden que las alas de
su Pueblo ya se han desplegado varias veces por encima de no pocas vicisi-
tudes. Custodien la memoria del largo camino hasta ahora recorrido - sean
deuteronómicos - y sepan suscitar la esperanza de nuevas metas, porque
12 Cf. Lumen gentium, 1, 1.