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hogar y a familia. ¿Le echamos ganas? [Responden: « Sí »]. Gracias.
Y es lo que el Padre Dios siempre ha soñado y por lo que, desde los
tiempos lejanos, el Padre Dios ha peleado. Cuando parecía todo perdido,
esa tarde en el jardín del Edén, el Padre Dios le echó ganas a esa joven
pareja y le dijo que no todo estaba perdido. Y cuando el Pueblo de Israel
sentía que no daba más en el camino por el desierto, el Padre Dios le echó
ganas con el maná. Y cuando llegó la plenitud de los tiempos, el Padre
Dios le echó ganas a la humanidad para siempre y nos mandó a su Hijo.
De la misma manera, todos los que estamos acá hemos hecho expe-
riencia de eso, en muchos momentos y de diferentes formas: el Padre
Dios le ha echado ganas a nuestra vida. Podemos preguntarnos: ¿Por qué?
Porque no sabe hacer otra cosa. Nuestro Padre Dios no sabe hacer otra
cosa que querernos y echarnos ganas, y empujarnos, y llevarnos adelante,
no sabe hacer otra cosa, porque su nombre es amor, su nombre es do-
nación, su nombre es entrega, su nombre es misericordia. Eso nos lo ha
manifestado con toda fuerza y claridad en Jesús, su Hijo, que se la jugó
hasta el extremo para volver a hacer posible el Reino de Dios. Un Reino
que nos invita a participar de esa nueva lógica, que pone en movimiento
una dinámica capaz de abrir los cielos, capaz de abrir nuestros corazones,
nuestras mentes, nuestras manos y desafiarnos con nuevos horizontes. Un
reino que sabe de familia, que sabe de vida compartida. En Jesús y con
Jesús ese reino es posible. Él es capaz de transformar nuestras miradas,
nuestras actitudes, nuestros sentimientos, muchas veces aguados, en vino
de fiesta. Él es capaz de sanar nuestros corazones e invitarnos una y otra
vez, setenta veces siete, a volver a empezar. Él es capaz de hacer siempre
todas las cosas nuevas.
Manuel, vos me pediste que rezara por muchos adolescentes que están
desanimados y andan por malos pasos. Lo sabemos, ¿no? Muchos adolescen-
tes sin ánimo, sin fuerza, sin ganas. Y, como bien dijiste, Manuel, muchas
veces esa actitud nace porque se sienten solos, porque no tienen con quien
hablar. Piensen los padres, piensen las madres: ¿hablan con sus hijos y
sus hijas o están siempre ocupados, apurados?; ¿juegan con sus hijos y sus
hijas? Y eso me recordó el testimonio que nos regaló Beatriz. Beatriz, vos
dijiste: « La lucha siempre ha sido difícil por la precariedad y la soledad ».
¿Cuántas veces te sentiste señalada, juzgada: « esa ». Pensemos en toda la
gente, todas las mujeres que pasan por lo que pasó Beatriz. La precariedad,