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narcotráfico y de la violencia. Es un lujo que hoy no nos podemos dar;
no se puede dejar sólo y abandonado el presente y el futuro de México,
y, para eso, diálogo, confrontación, fuentes de trabajo que vayan creando
este sendero constructivo.
Desgraciadamente, el tiempo que vivimos ha impuesto el paradigma
de la utilidad económica como principio de las relaciones personales. La
mentalidad reinante, en todas partes, propugna la mayor cantidad de ga-
nancias posibles, a cualquier tipo de costo y de manera inmediata. No sólo
provoca la pérdida de la dimensión ética de las empresas sino que olvida
que la mejor inversión que se puede realizar es invertir en la gente, en
las personas, en las familias. La mejor inversión es crear oportunidades.
La mentalidad reinante pone el flujo de las personas al servicio del flujo
de capitales, provocando en muchos casos la explotación de los empleados
como si fueran objetos para usar y tirar, y descartar.1 Dios pedirá cuenta
a los esclavistas de nuestros días, y nosotros hemos de hacer todo lo po-
sible para que estas situaciones no se produzcan más. El flujo del capital
no puede determinar el flujo y la vida de las personas. Por eso me gustó
ese anhelo que se expresó de diálogo, de confrontación.
No son pocas las veces que, frente a los planteos de la Doctrina Social
de la Iglesia, se salga a cuestionarla diciendo: « Estos pretenden que sea-
mos organizaciones de beneficencia o que transformemos nuestras empre-
sas en instituciones de filantropía ». La hemos escuchado, esa crítica. La
única pretensión que tiene la Doctrina Social de la Iglesia es velar por la
integridad de las personas y de las estructuras sociales. Cada vez que, por
diversas razones, ésta se vea amenazada, o reducida a un bien de consu-
mo, la Doctrina Social de la Iglesia será voz profética que nos ayudará a
todos a no perdernos en el mar seductor de la ambición. Cada vez que la
integridad de una persona es violada, toda la sociedad es la que, en cierta
manera, empieza a deteriorarse. Y esto que dice la Doctrina Social de la
Iglesia no es en contra de nadie, sino a favor de todos. Cada sector tiene
la obligación de velar por el bien del todo; todos estamos en el mismo
barco. Todos tenemos que luchar para que el trabajo sea una instancia de
humanización y de futuro; que sea un espacio para construir sociedad y
ciudadanía. Esta actitud no sólo genera una mejora inmediata, sino que a la
larga va transformándose en una cultura capaz de promover espacios dignos
1 Cf. Laudato si', 123