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experiencia, de su capacidad de trabajo y, sobre todo, de ese vínculo de
amor, solidaridad y generosidad, que hay entre sus miembros y que está
llamado a convertirse en un modelo para la vida social.
La familia, de hecho, favorece el diálogo entre diversas generaciones
y pone las bases para una verdadera integración social, además de repre-
sentar esa deseada sinergia entre trabajo agrícola y sostenibilidad: ¿quién
se preocupa más que la familia rural por preservar la naturaleza para las
próximas generaciones? ¿y a quién le interesa más que a ella la cohesión
entre las personas y los grupos sociales? Ciertamente las normas y las ini-
ciativas en favor de la familia, en el ámbito local, nacional e internacional,
distan mucho de colmar sus exigencias reales y esto es un déficit que hay
que atajar. Está muy bien que se hable de la familia rural y que se celebren
años internacionales para recordar su importancia, pero no es suficiente:
esas reflexiones tienen que dar paso a iniciativas concretas.
2. Defender a las comunidades rurales frente a las graves amenazas
de la acción humana y de los desastres naturales no debería ser sólo una
estrategia, sino una acción permanente que favorezca su participación en
la toma de decisiones, que ponga a su alcance tecnologías apropiadas y
extienda su uso, respetando siempre el medio ambiente. Actuar así puede
modificar la forma de llevar a cabo la cooperación internacional y de ayudar
a los que pasan hambre o sufren desnutrición.
Nunca como en este momento ha necesitado el mundo que las personas
y las naciones se unan para superar las divisiones y los conflictos existen-
tes, y sobre todo para buscar vías concretas de salida de una crisis que
es global, pero cuyo peso soportan mayormente los pobres. Lo demuestra
precisamente la inseguridad alimentaria: si bien es cierto que, en diversa
medida, afecta a todos los países, la parte más débil de la población mun-
dial recibe sus efectos antes y con más fuerza. Pensemos en los hombres
y mujeres, de cualquier edad y condición, que son víctimas de sangrientos
conflictos y de sus consecuencias de destrucción y de miseria, entre ellas,
la falta de casa, de atención médica, de educación. Llegan incluso a perder
toda esperanza de una vida digna. Para con ellos tenemos la obligación, en
primer lugar, de ser solidarios y de compartir. Esta obligación no puede
limitarse a la distribución de alimentos, que puede quedarse sólo en un