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398 Acta Apostolicæ Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 399
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Congregatio de Causis Sanctorum 401
402 Acta Apostolicæ Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 403
404 Acta Apostolicæ Sedis - Commentarium Officiale
Congregatio de Causis Sanctorum 405
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Congregatio de Causis Sanctorum 407
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Congregatio de Causis Sanctorum 409
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Congregatio de Causis Sanctorum 411
412 Acta Apostolicæ Sedis - Commentarium Officiale
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y cómo sus ojos se clavaron en los apóstoles, esperando que le diesen
algo. Pedro y Juan no le podían dar nada de lo que él buscaba: ni oro, ni
plata. Y él, que se había quedado siempre a la puerta, ahora entra por
su pie, dando brincos, y alabando a Dios, celebrando sus maravillas. Y su
alegría es contagiosa. Eso es lo que nos dice hoy la Escritura: la gente se
llenaba de estupor, y asombrada acudía corriendo, para ver esa maravilla.
En medio de ese barullo, de esa admiración, Pedro anuncia el mensaje. Es
que la alegría del encuentro con Jesucristo, ésa que nos da tanto miedo de
asumir, es contagiosa y grita el anuncio; y ahí crece la Iglesia, el paralítico,
cree. « La Iglesia no crece por proselitismo, crece por atracción »; la atrac-
ción testimonial de este gozo que anuncia a Jesucristo, ese testimonio que
nace de la alegría asumida y luego transformada en anuncio. Es la alegría
fundante. Sin este gozo, sin esta alegría, no se puede fundar una Iglesia,
no se puede fundar una comunidad cristiana. Es una alegría apostólica,
que se irradia, que se expande. Me pregunto: Como Pedro, ¿soy capaz de
sentarme junto al hermano y explicar despacio el don de la Palabra que he
recibido, y contagiarle mi alegría? ¿Soy capaz de convocar a mi alrededor el
entusiasmo de quienes descubren en nosotros el milagro de una vida nueva,
que no se puede controlar, a la cual debemos docilidad porque nos atrae,
non lleva, esa vida nueva nacida del encuentro con Cristo?
También san José de Anchieta supo comunicar lo que él había experi-
mentado con el Señor, lo que había visto y oído de Él. Lo que el Señor le
comunicó en sus ejercicios. Él, junto a Nòbrega, es el primer jesuita que
Ignacio envía a América. Chico de 19 años. Era tal la alegría que tenía, tal
el gozo que fundó una nación. Puso los fundamentos culturales de una nación
en Jesucristo. No había estudiado teología. No había estudiado filosofía.
Era un chico. Pero había sentido la mirada de Jesucristo y se dejó alegrar,
y optó por la luz. Ésa fue y es su santidad. No le tuvo miedo a la alegría.
San José de Anchieta tiene un hermoso himno a la Virgen María, a
quien, inspirándose en el cántico de Isaías 52, compara con el mensajero
que proclama la paz, que anuncia el gozo de la Buena Noticia. Que Ella,
que en esa madrugada del domingo, insomne por la esperanza, no le tuvo
miedo a la alegría, nos acompañe en nuestro peregrinar, invitando a todos
a levantarse, a renunciar a la parálisis, para entrar juntos en la paz y la
alegría que Jesús, el Señor Resucitado, nos promete.