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società umana e pegno del Regno che viene. La missione della Chiesa è in
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intimidad o remitido a la penumbra? Los hombres no podemos vivir a oscu-
ras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios,
sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones,
el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla? Por eso, es necesario
que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa
palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola
servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente.
Es necesario que la percibamos ası́ en la vida de cada dı́a, en el silencio del
trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo.
Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin miedo, trabajar con
su gracia por aquella dignidad del hombre que habı́an descubierto las mejores
tradiciones: además de la bı́blica, fundamental en este orden, también las de
época clásica, medieval y moderna, de las que nacieron las grandes creaciones
filosóficas y literarias, culturales y sociales de Europa.
Ese Dios y ese hombre son los que se han manifestado concreta e histó-
ricamente en Cristo. A ese Cristo que podemos hallar en los caminos hasta
llegar a Compostela, pues en ellos hay una cruz que acoge y orienta en las
encrucijadas. Esa cruz, supremo signo del amor llevado hasta el extremo, y
por eso don y perdón al mismo tiempo, debe ser nuestra estrella orientadora
en la noche del tiempo. Cruz y amor, cruz y luz han sido sinónimos en nuestra
historia, porque Cristo se dejó clavar en ella para darnos el supremo testimo-
nio de su amor, para invitarnos al perdón y la reconciliación, para enseñarnos
a vencer el mal con el bien. No dejéis de aprender las lecciones de ese Cristo de
las encrucijadas de los caminos y de la vida, en el que nos sale al encuentro
Dios como amigo, padre y guı́a. ¡Oh Cruz bendita, brilla siempre en tierras
de Europa!
Dejadme que proclame desde aquı́ la gloria del hombre, que advierta de
las amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riquezas origina-
rios, por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles y pobres. No
se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre su hijo y no se sirve al
hombre sin preguntarse por quién es su Padre y responderle a la pregunta por
él. La Europa de la ciencia y de las tecnologı́as, la Europa de la civilización y
de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la
fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre
vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por
Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece
en Jesucristo.