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Reconocer estas manifestaciones de vida buena que crecen cotidianamente
entre ustedes no implica, de ninguna manera, desconocer la atroz injusticia de
la marginación urbana. Son las heridas provocadas por minorías que concen-
tran el poder, la riqueza y derrochan con egoísmo, mientras crecientes mayo-
rías deben refugiarse en periferias abandonadas, contaminadas, descartadas.
Esto se agrava cuando vemos la injusta distribución del suelo -tal vez no
en este barrio pero sí en otros-, que lleva en muchos casos a familias ente-
ras a pagar alquileres abusivos por viviendas en condiciones edilicias nada
adecuadas. También sé del grave problema del acaparamiento de tierras por
parte de « desarrolladores privados » sin rostro, que hasta pretenden apro-
piarse del patio de las escuelas de sus hijos. Esto sucede porque se olvida
que « Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente
a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno ».4
En este sentido, es un grave problema la falta de acceso a infraestructuras
y servicios básicos. Me refiero a baños, alcantarillado, desagües, recolección
de residuos, luz, caminos, pero también a escuelas, hospitales, centros re-
creativos y deportivos, talleres artísticos. Quiero referirme en particular al
agua potable. « El acceso al agua potable y segura es un derecho humano
básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las
personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos
humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no
tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida
radicado en su dignidad inalienable ».5 Negarle el agua a una familia, bajo
cualquier pretexto burocrático, es una gran injusticia, sobre todo cuando se
lucra con esta necesidad.
Este contexto de indiferencia y hostilidad que sufren los barrios populares
se agrava cuando la violencia se generaliza y las organizaciones criminales,
al servicio de intereses económicos o políticos, utilizan a niños y jóvenes
como « carne de cañón » para sus negocios ensangrentados. También conozco
los padecimientos de las mujeres que luchan heroicamente para proteger a
sus hijos e hijas de estos peligros. Pido a Dios que las autoridades asuman
junto a ustedes el camino de la inclusión social, la educación, el deporte, la
acción comunitaria y la protección de las familias, porque es esta la única
garantía de una paz justa, verdadera y duradera.
4 Juan paBlo II, Carta enc. Centesimus annus, 31. 5 Carta enc. Laudato si', 30.