Christus fit pro nobis Veritatis cibus. Cum hominis naturam plane perspiceret
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communionis inter nos fons. Atque ubi inter nos non vivitur communio,
personam veram quae in historiam inserta vitam valet omnium renovare.
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El lugar eclesial de la cristologı́a no puede ser la « Iglesia de los pobres »
sino la fe apostólica transmitida por la Iglesia a todas las generaciones. El
teólogo, por su vocación particular en la Iglesia, ha de tener constantemente
presente que la teologı́a es ciencia de la fe. Otros puntos de partida para la
labor teológica correrán el riesgo de la arbitrariedad y terminarán por des-
virtuar los contenidos de la fe misma.2
3. La falta de la atención debida a las fuentes, a pesar de que el Autor
afirma que las considera « normativas », dan lugar a los problemas concretos
de su teologı́a a los que nos referiremos más adelante. En particular, las
afirmaciones del Nuevo Testamento sobre la divinidad de Cristo, su concien-
cia filial y el valor salvı́fico de su muerte, de hecho, no reciben siempre la
atención debida. En los apartados sucesivos se tratarán estas cuestiones.
Es igualmente llamativo el modo como el Autor trata los grandes conci-
lios de la Iglesia antigua, que, según él, se habrı́an alejado progresivamente
de los contenidos del Nuevo Testamento. Ası́, por ejemplo, se afirma: « Estos
textos son útiles teológicamente, además de normativos, pero son también
limitados y aun peligrosos, como hoy se reconoce sin dificultad » (La fe, 405-
406). De hecho hay que reconocer el carácter limitado de las fórmulas dog-
máticas, que no expresan ni pueden expresar todo lo que se contiene en los
misterios de la fe, y deben ser interpretadas a la luz de la Sagrada Escritura y
la Tradición. Pero no tiene ningún fundamento hablar de la peligrosidad de
dichas fórmulas, al ser interpretaciones auténticas del dato revelado.
El desarrollo dogmático de los primeros siglos de la Iglesia, incluidos los
grandes concilios, es considerado por el P. Sobrino como ambiguo y tambien
negativo. No niega el carácter normativo de las formulaciones dogmáticas,
pero, en conjunto, no les reconoce valor más que en el ámbito cultural en que
nacieron. No tiene en cuenta el hecho de que el sujeto transtemporal de la fe es
la Iglesia creyente y que los pronunciamientos de los primeros concilios han
sido aceptados y vividos por toda la comunidad eclesial. La Iglesia sigue
profesando el Credo que surgió de los Concilios de Nicea (año 325) y de
Constantinopla (año 381). Los primeros cuatro concilios ecuménicos son acep-
tados por la gran mayorı́a de las Iglesias y comunidades eclesiales de oriente y
occidente. Si usaron los términos y los conceptos de la cultura de su tiempo no
fue por adaptarse a ella; los concilios no significaron una helenización del
Cristianismo, sino más bien lo contrario. Con la inculturación del mensaje
2 Cf. Conc. Vaticano II, Decr. Optatam Totius, 16; Juan Pablo II, Carta Enc. Fides et Ratio,
65: AAS 91 (1999), 5-88.