Christus fit pro nobis Veritatis cibus. Cum hominis naturam plane perspiceret
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communionis inter nos fons. Atque ubi inter nos non vivitur communio,
personam veram quae in historiam inserta vitam valet omnium renovare.
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que de la causa eficiente. Pero no quita esto que no sea eficaz [...]. No se
trata pues de causalidad eficiente, sino de causalidad ejemplar » (Jesu-
cristo, 293-294).
Por supuesto, hay que conceder todo su valor a la eficacia del ejemplo
de Cristo, que el Nuevo Testamento menciona explı́citamente.27 Es una
dimensión de la soteriologı́a que no se debe olvidar. Pero no se puede
reducir la eficacia de la muerte de Jesús al ejemplo, o, según las palabras
del Autor, a la aparición del homo verus, fiel a Dios hasta la cruz. El P.
Sobrino usa en el texto citado expresiones como « al menos » y « más bien »,
que parecen dejar abierta la puerta a otras consideraciones. Pero al final
esta puerta se cierra con una explı́cita negación: no se trata de causalidad
eficiente, sino de causalidad ejemplar. La redención parece reducirse a la
aparición del homo verus, manifestado en la fidelidad hasta la muerte. La
muerte de Cristo es exemplum y no sacramentum (don). La redención se
reduce al moralismo. Las dificultades cristológicas notadas ya en relación
con el misterio de la encarnación y la relación con el Reino afloran aquı́ de
nuevo. Sólo la humanidad entra en juego, no el Hijo de Dios hecho hombre
por nosotros y por nuestra salvación. Las afirmaciones del Nuevo Testa-
mento y de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia sobre la eficacia de la
redención y de la salvación operadas por Cristo no pueden reducirse al
buen ejemplo que éste nos ha dado. El misterio de la encarnación, muerte
y resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la fuente
única e inagotable de la redención de la humanidad, que se hace eficaz en la
Iglesia mediante los sacramentos.
Afirma el Concilio de Trento en el Decreto sobre la justificación: « ...el
Padre celestial, "Padre de la misericordia y Dios de toda consolación"
(2 Cor 1, 3), cuando llegó la bienaventurada "plenitud de los tiempos"
(Ef 1, 10; Gál 4, 4) envió a los hombres a su Hijo Cristo Jesús [...], tanto
para redimir a los judı́os "que estaban bajo la ley" (Gál 4, 5) como para que
"las naciones que no seguı́an la justicia, aprehendieran la justicia" (Rom 9,
30) y todos "recibieran la adopción de hijos" (Gál 4, 5). A éste "propuso Dios
como propiciador por la fe en su sangre" (Rom 3, 25), "por nuestros pecados,
y no sólo por los nuestros sino por los de todo el mundo" (1 Jn 2, 2) ».28
27 Cf. Jn 13, 15; 1 Pe 2, 21. 28 Conc. de Trento, Decr. De justificatione, DH 1522.