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la esperanza: « se los entregamos a Dios ». Pero los tiempos han cambiado
y esto ya no cabe. Dejemos que sea Dios quien elija el momento… La espe-
ranza de la reinserción en la sociedad: « Ni siquiera el homicida pierde su
dignidad personal y Dios mismo se hace su garante ».1 Y, si esta delicada
conjunción entre la justicia y la misericordia, que en el fondo es preparar
para una reinserción, vale para los responsables de los crímenes de lesa
humanidad como también para todo ser humano, a fortiori vale sobretodo
para las víctimas que, como su nombre indica, son más pasivas que activas
en el ejercicio de su libertad, habiendo caído en la trampa de los nuevos
cazadores de esclavos. Víctimas tantas veces traicionadas hasta en lo más
íntimo y sagrado de su persona, es decir en el amor que ellas aspiran a dar
y tener, y que su familia les debe o que les prometen sus pretendientes o
maridos, quienes en cambio acaban vendiéndolas en el mercado del trabajo
forzado, de la prostitución o de la venta de órganos.
Los jueces están llamados hoy más que nunca a poner gran atención en
las necesidades de las víctimas. Son las primeras que deben ser rehabilitadas
y reintegradas en la sociedad y por ellas se debe perseguir sin cuartel a
los traficantes y « carníferos ». No vale el viejo adagio: son cosas que existen
desde que el mundo es mundo. Las víctimas pueden cambiar y, de hecho,
sabemos que cambian de vida con la ayuda de los buenos jueces, de las
personas que las asisten y de toda la sociedad. Sabemos que no pocas de
esas personas son abogados o abogadas, políticos o políticas, escritores bri-
llantes o bien tienen algún oficio exitoso para servir de modo válido al bien
común. Sabemos cuán importante es que cada víctima se anime a hablar de
su ser víctima como un pasado que superó valientemente siendo ahora un
sobreviviente o, mejor dicho, una persona con calidad de vida, con dignidad
recuperada y libertad asumida. Y en este asunto de la reinserción quisiera
trasmitir una experiencia empírica, a mí me gusta, cuando voy a una ciudad,
visitar las cárceles - ya he visitado varias - y es curioso, sin desmerecer a
nadie, pero como impresión general he visto que las cárceles cuyo director
es una mujer van mejor que aquellas cuyo director es un hombre. Esto no
es feminismo, es curioso. La mujer tiene en esto de la reinserción un olfato
especial, un tacto especial, que sin perder energías, recoloca a las personas,
las reubica, algunos lo atribuyen a la raíz de la maternalidad. Pero es cu-
1 San Juan pablo II, EV, n. 9.