ACTA APOSTOLICAE SEDIS

 600 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Acta Francisci Pp. 601

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 Acta Francisci Pp. 695

 696 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Acta Congregationum 697

 698 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Acta Congregationum 699

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 Acta Congregationum 701

 702 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Congregatio de Causis Sanctorum 703

 704 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Congregatio pro Episcopis 705

 706 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Acta Consiliorum 707

 708 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

 Diarium Romanae Curiae 709

 710 Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

Acta Francisci Pp. 687

la esperanza: « se los entregamos a Dios ». Pero los tiempos han cambiado

y esto ya no cabe. Dejemos que sea Dios quien elija el momento… La espe-

ranza de la reinserción en la sociedad: « Ni siquiera el homicida pierde su

dignidad personal y Dios mismo se hace su garante ».1 Y, si esta delicada

conjunción entre la justicia y la misericordia, que en el fondo es preparar

para una reinserción, vale para los responsables de los crímenes de lesa

humanidad como también para todo ser humano, a fortiori vale sobretodo

para las víctimas que, como su nombre indica, son más pasivas que activas

en el ejercicio de su libertad, habiendo caído en la trampa de los nuevos

cazadores de esclavos. Víctimas tantas veces traicionadas hasta en lo más

íntimo y sagrado de su persona, es decir en el amor que ellas aspiran a dar

y tener, y que su familia les debe o que les prometen sus pretendientes o

maridos, quienes en cambio acaban vendiéndolas en el mercado del trabajo

forzado, de la prostitución o de la venta de órganos.

Los jueces están llamados hoy más que nunca a poner gran atención en

las necesidades de las víctimas. Son las primeras que deben ser rehabilitadas

y reintegradas en la sociedad y por ellas se debe perseguir sin cuartel a

los traficantes y « carníferos ». No vale el viejo adagio: son cosas que existen

desde que el mundo es mundo. Las víctimas pueden cambiar y, de hecho,

sabemos que cambian de vida con la ayuda de los buenos jueces, de las

personas que las asisten y de toda la sociedad. Sabemos que no pocas de

esas personas son abogados o abogadas, políticos o políticas, escritores bri-

llantes o bien tienen algún oficio exitoso para servir de modo válido al bien

común. Sabemos cuán importante es que cada víctima se anime a hablar de

su ser víctima como un pasado que superó valientemente siendo ahora un

sobreviviente o, mejor dicho, una persona con calidad de vida, con dignidad

recuperada y libertad asumida. Y en este asunto de la reinserción quisiera

trasmitir una experiencia empírica, a mí me gusta, cuando voy a una ciudad,

visitar las cárceles - ya he visitado varias - y es curioso, sin desmerecer a

nadie, pero como impresión general he visto que las cárceles cuyo director

es una mujer van mejor que aquellas cuyo director es un hombre. Esto no

es feminismo, es curioso. La mujer tiene en esto de la reinserción un olfato

especial, un tacto especial, que sin perder energías, recoloca a las personas,

las reubica, algunos lo atribuyen a la raíz de la maternalidad. Pero es cu-

1 San Juan pablo II, EV, n. 9.