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rioso, lo paso como experiencia personal, vale la pena repensarlo. Y aquí,
en Italia, hay un alto porcentaje de cárceles dirigidas por mujeres, muchas
mujeres jóvenes, respetadas y que tienen buen trato con los presos. Otra
experiencia que tengo es que en las audiencias de los miércoles no es raro
que venga un grupo de reclusos - de tal cárcel, de tal otra - traídos por el
director o la directora, y estén ahí. O sea, son todos gestos de reinserción.
Ustedes están llamados a dar esperanza en el hacer la justicia. Desde
la viuda que pide justicia insistentemente,2 hasta las víctimas de hoy, todas
ellas alimentan un anhelo de justicia como esperanza de que la injusticia
que atraviesa este mundo no sea lo último, no tenga la última palabra.
Tal vez puede ayudar el aplicar, según las modalidades propias de cada
país, de cada continente y de cada tradición jurídica, la praxis italiana de
recuperar los bienes mal habidos de los traficantes y delincuentes para
ofrecerlos a la sociedad y, en concreto, para la reinserción de las víctimas.
La rehabilitación de las víctimas y su reinserción en la sociedad, siempre
realmente posible, es el mayor bien que podemos hacer a ellas mismas, a
la comunidad y a la paz social. Claro, es duro el trabajo, no termina con la
sentencia, termina después procurando que haya un acompañamiento, un
crecimiento, una reinserción, una rehabilitación de la víctima y del victimario.
Si hay algo que atraviesa las bienaventuranzas evangélicas y el proto-
colo del juicio divino con el que todos seremos juzgados, de Mateo c.25,
es el tema de la justicia: felices los que tienen hambre y sed de justicia,
felices los que sufren por la justicia, felices los que lloran, felices los pa-
cíficos, felices los operadores de paz, benditos de mi Padre los que tratan
al más necesitado y pequeño de mis hermanos como a mí mismo. Ellos o
ellas - y aquí cabe referirse especialmente a los jueces - tendrán la más
alta recompensa: poseerán la tierra, serán llamados y serán hijos de Dios,
verán a Dios, y gozarán eternamente junto al Padre.
En este espíritu, me animo a pedirles a jueces, fiscales y académicos
que continúen sus trabajos y realicen, dentro de las propias posibilidades y
con la ayuda de la gracia, las felices iniciativas que les honran en servicio
de las personas y del bien común. Muchas gracias.
2 Lc 18, 1-8.