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sostenido a quienes sucumben bajo el peso del pecado y del mal. A pesar de
los cambios históricos, han sido constantes tres elementos: la satisfacción
o reparación del daño causado; la confesión, por la que el hombre expresa
su conversión interior; y la contrición para llegar al encuentro con el amor
misericordioso y sanador de Dios.
1. La satisfacción. El Señor ha ido enseñando, poco a poco, a su pueblo
que hay una asimetría necesaria entre el delito y la pena, que un ojo o un
diente roto no se remedia rompiendo otro. Se trata de hacer justicia a la
víctima, no de ajusticiar al agresor.
Un modelo bíblico de satisfacción puede ser el Buen Samaritano. Sin
pensar en perseguir al culpable para que asuma las consecuencias de su
acto, atiende a quien ha quedado al costado del camino malherido y se
hace cargo de sus necesidades.2
En nuestras sociedades tendemos a pensar que los delitos se resuelven
cuando se atrapa y condena al delincuente, pasando de largo ante los
daños cometidos o sin prestar suficiente atención a la situación en que
quedan las víctimas. Pero sería un error identificar la reparación sólo con
el castigo, confundir la justicia con la venganza, lo que sólo contribuiría
a incrementar la violencia, aunque esté institucionalizada. La experiencia
nos dice que el aumento y endurecimiento de las penas con frecuencia no
resuelve los problemas sociales, ni logra disminuir los índices de delincuen-
cia. Y, además, se pueden generar graves problemas para las sociedades,
como son las cárceles superpobladas o los presos detenidos sin condena…
En cuántas ocasiones se ha visto al reo expiar su pena objetivamente,
cumpliendo la condena pero sin cambiar interiormente ni restablecerse de
las heridas de su corazón.
A este respecto, los medios de comunicación, en su legítimo ejercicio de
la libertad de prensa, juegan un papel muy importante y tienen una gran
responsabilidad: de ellos depende informar rectamente y no contribuir a
crear alarma o pánico social cuando se dan noticias de hechos delictivos.
Están en juego la vida y la dignidad de las personas, que no pueden con-
vertirse en casos publicitarios, a menudo incluso morbosos, condenando a
los presuntos culpables al descrédito social antes de ser juzgados o forzando
2 Cf. Lc 10, 25-37