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a las víctimas, con fines sensacionalistas, a revivir públicamente el dolor
sufrido.
2. La confesión es la actitud de quien reconoce y lamenta su culpa. Si al
delincuente no se le ayuda suficientemente, no se le ofrece una oportunidad
para que pueda convertirse, termina siendo víctima del sistema. Es nece-
sario hacer justicia, pero la verdadera justicia no se contenta con castigar
simplemente al culpable. Hay que avanzar y hacer lo posible por corregir,
mejorar y educar al hombre para que madure en todas sus vertientes, de
modo que no se desaliente, haga frente al daño causado y logre replantear
su vida sin quedar aplastado por el peso de sus miserias.
Un modelo bíblico de confesión es el buen ladrón, al que Jesús promete
el paraíso porque fue capaz de reconocer su falta: « Lo nuestro es justo,
pues recibimos la paga de nuestros delitos; éste en cambio no ha cometido
ningún crimen ».3
Todos somos pecadores; Cristo es el único justo. También nosotros cor-
remos el riesgo de dejarnos llevar en algún momento por el pecado, el mal,
la tentación. En todas las personas convive la capacidad de hacer mucho
bien con la posibilidad de causar tanto mal, aunque uno lo quiera evitar.4
Y tenemos que preguntarnos por qué algunos caen y otros no, siendo de
su misma condición.
No pocas veces la delincuencia hunde sus raíces en las desigualdades
económicas y sociales, en las redes de la corrupción y en el crimen organi-
zado, que buscan cómplices entre los más poderosos y víctimas entre los
más vulnerables. Para prevenir este flagelo, no basta tener leyes justas, es
necesario construir personas responsables y capaces de ponerlas en prác-
tica. Una sociedad que se rige solamente por las reglas del mercado y crea
falsas expectativas y necesidades superfluas, descarta a los que no están a
la altura e impide que los lentos, los débiles o los menos dotados se abran
camino en la vida5.
3. La contrición es el pórtico del arrepentimiento, es esa senda pri-
vilegiada que lleva al corazón de Dios, que nos acoge y nos ofrece otra
3 Lc 23, 41. 4 Cf. Rm 7, 18-19. 5 Cf. Evangelii Gaudium, 209.