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oportunidad, siempre que nos abramos a la verdad de la penitencia y nos
dejemos transformar por su misericordia. De ella nos habla la Escritura
Santa cuando refiere la actitud del Buen Pastor, que deja a las noventa
y nueve ovejas que no requieren de sus cuidados y sale a buscar a la que
anda errante y perdida,6 o la del Padre bueno, que recibe a su hijo menor
sin recriminaciones y con el perdón.7 También es significativo el episodio
de la mujer adúltera, a la que Jesús le dice: « Vete y en adelante no peques
más ».8 Aludiendo, asimismo, al Padre común, que hace salir el sol sobre
malos y buenos, y llover sobre justos e injustos,9 Jesús invita a sus discípulos
a ser misericordiosos, a hacer el bien a quien les hace mal, a rezar por los
enemigos, a poner la otra mejilla, a no guardar rencor…
La actitud de Dios, que primerea al hombre pecador ofreciéndole su
perdón, se presenta así como una justicia superior, al mismo tiempo ecuáni-
me y compasiva, sin que haya contradicción entre estos dos aspectos. El
perdón, en efecto, no elimina ni disminuye la exigencia de la rectificación,
propia de la justicia, ni prescinde de la necesidad de conversión personal,
sino que va más allá, buscando restaurar las relaciones y reintegrar a las
personas en la sociedad. Aquí me parece que se halla el gran reto, que en-
tre todos debemos afrontar, para que las medidas que se adopten contra el
mal no se contenten con reprimir, disuadir y aislar a los que lo causaron,
sino que les ayuden a recapacitar, a transitar por las sendas del bien, a
ser personas auténticas que lejos de sus miserias se vuelvan ellas mismas
misericordiosas. Por eso, la Iglesia plantea una justicia que sea humaniza-
dora, genuinamente reconciliadora, una justicia que lleve al delincuente, a
través de un camino educativo y de esforzada penitencia, a su rehabilitación
y total reinserción en la comunidad.
Qué importante y hermoso sería acoger este desafío, para que no cayera
en el olvido. Qué bueno que se dieran los pasos necesarios para que el perdón
no se quedara únicamente en la esfera privada, sino que alcanzara una ver-
dadera dimensión política e institucional y así crear unas relaciones de con-
vivencia armoniosa. Cuánto bien se obtendría si hubiera un cambio de men-
talidad para evitar sufrimientos inútiles, sobre todo entre los más indefensos.
6 Cf. Jn 10, 1-15; Lc 15, 4-7. 7 Cf. Lc 15, 11-32. 8 Jn 8, 11b. 9 Cf. Mt 5, 45.