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desde los albores de la evangelización, acompaña a los hijos de ese continente
y es para ellos manantial inagotable de esperanza. Por eso, se recurre a Ella
como Madre del Salvador, para sentir constantemente su protección amorosa
bajo diferentes advocaciones. De igual modo, los santos son tenidos como
estrellas luminosas que constelan el corazón de numerosos fieles de aquellos
paı́ses, edificándolos con su ejemplo y protegiéndolos con su intercesión.
5. No se puede negar, sin embargo, que existen ciertas formas desviadas
de religiosidad popular que, lejos de fomentar una participación activa en la
Iglesia, crean más bien confusión y pueden favorecer una práctica religiosa
meramente exterior y desvinculada de una fe bien arraigada e interiormente
viva. A este respecto, quisiera recordar aquı́ lo que escribı́ a los seminaristas
el año pasado: « La piedad popular puede derivar hacia lo irracional y quizás
también quedarse en lo externo. Sin embargo, excluirla es completamente
erróneo. A través de ella, la fe ha entrado en el corazón de los hombres,
formando parte de sus sentimientos, costumbres, sentir y vivir común. Por
eso, la piedad popular es un gran patrimonio de la Iglesia. La fe se ha hecho
carne y sangre. Ciertamente, la piedad popular tiene siempre que purificarse
y apuntar al centro, pero merece todo nuestro aprecio, y hace que nosotros
mismos nos integremos plenamente en el "Pueblo de Dios" ».4
6. Durante los encuentros que he tenido en estos últimos años, con oca-
sión de sus visitas ad limina, los Obispos de América Latina y del Caribe me
han hecho siempre referencia a lo que están realizando en sus respectivas
circunscripciones eclesiásticas para poner en marcha y alentar la Misión con-
tinental, con la que el episcopado latinoamericano ha querido relanzar el
proceso de nueva evangelización después de Aparecida, invitando a todos
los miembros de la Iglesia a ponerse en un estado permanente de misión.
Se trata de una opción de gran trascendencia, pues se quiere con ella volver
a un aspecto fundamental de la labor de la Iglesia, es decir, dar primacı́a a la
Palabra de Dios para que sea el alimento permanente de la vida cristiana y el
eje de toda acción pastoral.
Este encuentro con la divina Palabra debe llevar a un profundo cambio de
vida, a una identificación radical con el Señor y su Evangelio, a tomar plena
conciencia de que es necesario estar sólidamente cimentado en Cristo, reco-
nociendo que « no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran
4 Carta a los seminaristas, 18 octubre 2010, n. 4.