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bres. La teoría del « goteo » o « derrame » (cf. Evangelii gaudium 54) se ha
revelado falaz: no es suficiente esperar que los pobres recojan las migajas
que caen de la mesa de los ricos. Son necesarias acciones directas en pro
de los más desfavorecidos, cuya atención, como la de los más pequeños
en el seno de una familia, debería ser prioritaria para los gobernantes.
La Iglesia siempre ha defendido la « promoción de las personas concretas »
( Centesimus annus, 46), atendiendo sus necesidades y ofreciéndoles posibi-
lidades de desarrollo.
Me gustaría también llamar su atención sobre el problema de la inmi-
gración. La inmensa disparidad de oportunidades entre unos países y otros
hace que muchas personas se vean obligadas a abandonar su tierra y su
familia, convirtiéndose en fácil presa del tráfico de personas y del trabajo
esclavo, sin derechos, ni acceso a la justicia… En ocasiones, la falta de coo-
peración entre los Estados deja a muchas personas fuera de la legalidad y
sin posibilidad de hacer valer sus derechos, obligándoles a situarse entre
los que se aprovechan de los demás o a resignarse a ser víctimas de los
abusos. Son situaciones en las que no basta salvaguardar la ley para de-
fender los derechos básicos de la persona, en las que la norma, sin piedad
y misericordia, no responde a la justicia.
A veces, incluso dentro de cada país, se dan diferencias escandalosas y
ofensivas, especialmente en las poblaciones indígenas, en las zonas rurales
o en los suburbios de las grandes ciudades. Sin una auténtica defensa de
estas personas contra el racismo, la xenofobia y la intolerancia, el Estado
de derecho perdería su legitimidad.
Señor Presidente, los esfuerzos por tender puentes, canales de comu-
nicación, tejer relaciones, buscar el entendimiento nunca son vanos. La
situación geográfica de Panamá, en el centro del continente Americano, que
la convierte en un punto de encuentro del norte y el sur, de los Océanos
Pacífico y Atlántico, es seguramente una llamada, pro mundi beneficio, a
generar un nuevo orden de paz y de justicia y a promover la solidaridad y
la colaboración respetando la justa autonomía de cada nación.
Con el deseo de que la Iglesia sea también instrumento de paz y recon-
ciliación entre los pueblos, reciba mi más atento y cordial saludo.
Vaticano, 10 de abril de 2015
FRANCISCUS PP.