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brindan los viajes de admirar la belleza de los pueblos, de las culturas y de la
naturaleza, nos puede conducir a Dios, favoreciendo la experiencia de fe,
« pues por la grandeza y hermosura de las criaturas se llega por analogı́a a
contemplar a su creador ».1 Por otra parte el turismo, como toda realidad
humana, no está exento de peligros ni elementos negativos. Se trata de males
que hay que afrontar urgentemente, ya que conculcan los derechos y la
dignidad de millones de hombres y mujeres, especialmente de los pobres,
los menores y los discapacitados. El turismo sexual es una de las formas
más abyectas de estas desviaciones que devastan, desde el punto de vista
moral, psicológico y sanitario, la vida de las personas, de tantas familias y,
a veces, de comunidades enteras. La trata de seres humanos por motivos
sexuales o para trasplantes de órganos, ası́ como la explotación de menores,
su abandono en manos de personas sin escrúpulos, el abuso, la tortura, se
producen tristemente en muchos contextos turı́sticos. Todo esto ha de inducir
a aquellos que se dedican pastoralmente o por motivos de trabajo al mundo
del turismo, y a toda la comunidad internacional, a aumentar la vigilancia, a
prevenir y contrastar estas aberraciones.
En la encı́clica Caritas in veritate quise enmarcar el fenómeno del turismo
internacional en el contexto del desarrollo humano integral. « Hay que
pensar, pues, en un turismo distinto, capaz de promover un verdadero cono-
cimiento recı́proco, que nada quite al descanso y a la sana diversión ».2 Os
invito a que vuestro Congreso, reunido precisamente bajo el lema, El turismo
que marca la diferencia, colabore a desplegar esa pastoral que nos conduzca
paulatinamente hacia este « turismo distinto ».
Deseo destacar tres ámbitos en los que la pastoral del turismo debe cen-
trar su atención. En primer lugar, iluminar este fenómeno con la doctrina
social de la Iglesia, promoviendo una cultura del turismo ético y responsable,
de modo que llegue a ser respetuoso con la dignidad de las personas y de los
pueblos, accesible a todos, justo, sostenible y ecológico. El disfrute del tiempo
libre y las vacaciones periódicas son una oportunidad, ası́ como un derecho.
La Iglesia desea seguir ofreciendo su sincera colaboración, desde el ámbito
que le es propio, para hacer que este derecho sea una realidad para todos los
seres humanos, especialmente para los colectivos más desfavorecidos.
En segundo lugar, la acción pastoral nunca debe olvidar la via pulchritu-
dinis, la « vı́a de la belleza ». Muchas de las manifestaciones del patrimonio
1 Sb 13, 5. 2 N. 61.