Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale438

realiza la figura nupcial que encontramos desde el principio hasta el fin en la

revelación bı́blica. La Ciudad-Esposa es patria de la plena comunión de Dios

con los hombres; ella no necesita templo alguno ni ninguna fuente externa de

luz, porque la presencia de Dios y del Cordero es inmanente y la ilumina

desde dentro.

Este icono estupendo tiene un valor escatológico: expresa el misterio de

belleza que ya constituye la forma de la Iglesia, aunque aún no haya alcanzado

su plenitud. Es la meta de nuestra peregrinación, la patria que nos espera y

por la cual suspiramos. Verla con los ojos de la fe, contemplarla y desearla, no

debe ser motivo de evasión de la realidad histórica en que vive la Iglesia

compartiendo las alegrı́as y las esperanzas, los dolores y las angustias de la

humanidad contemporánea, especialmente de los más pobres y de los que

sufren.22 Si la belleza de la Jerusalén celeste es la gloria de Dios, o sea, su

amor, es precisamente y solamente en la caridad cómo podemos acercarnos a

ella y, en cierto modo, habitar en ella. Quien ama al Señor Jesús y observa su

palabra experimenta ya en este mundo la misteriosa presencia de Dios Uno y

Trino, como hemos escuchado en el Evangelio: «Vendremos a él y haremos

morada en él ».23 Por eso, todo cristiano está llamado a ser piedra viva de

esta maravillosa « morada de Dios con los hombres ». ¡Qué magnı́fica vo-

cación!

Uma Igreja inteiramente animada e mobilizada pela caridade de Cristo,

Cordeiro imolado por amor, é a imagem histórica da Jerusalém celeste, ante-

cipação da Cidade santa, resplandecente da glória de Deus. Ela emana uma

força missionária irresistı́vel, que é a força da santidade. A Virgem Maria

alcance para a América Latina e no Caribe ser abundantemente revestida

da força do alto 24 para irradiar no Continente e em todo o mundo a santidade

de Cristo. A Ele seja dada glória, com o Pai e o Espı́rito Santo, nos séculos dos

séculos. Amém.

22 Cfr Gaudium et spes, 1. 23 Jn 14, 23. 24 Cfr Lc 24, 49.